«El que mucho abarca, poco aprieta», dice el dicho. Y «del dicho al hecho, hay un buen trecho». Refranero español aparte, me siento muy identificada con esas dos frases. A veces quiero hacer tantas cosas que al final no hago ninguna, al menos no todo lo bien que debiera («no se puede estar en misa y repicando»), a lo que se le añade que solo con hacer una declaración de intenciones no es suficiente. Es un buen comienzo, sí, pero ya se sabe que «lo importante no es como empieza, sino como acaba» (vaaale, ¡ya lo dejo!).
En un primer momento tenía pensado escribir sobre la procrastinación, soltando una parrafada sobre cómo apareció semejante palabro en mi vida y por qué le he cogido tanto «cariño». La RAE define procrastinar como diferir, aplazar; visto así, parece simplemente otra palabra más para decir «dejar algo para más tarde», pero se queda un poco corta en mi humilde opinión. Una definición para todos los públicos podría ser «emplear el tiempo en hacer algo, cuando se debería estar haciendo otra cosa (mucho) más importante». Realmente no me considero una procrastinadora (solo de manera ocasional), sino que más bien tengo un «problema de gestión temporal en la adquisición de conocimientos» (ahí es ná). Puede que haya un palabro para eso también, pero de momento lo desconozco.
Este problema lo llevo arrastrando desde que tengo memoria y no hay indicios de que vaya a librarme de él a corto plazo. Como decía antes, quiero hacer muchas cosas, y un 90% de ellas están relacionadas con aprender, estudiar o practicar algo. Tengo interés en materias de tantos ámbitos diferentes, que no doy abasto, tengo hambre de conocimiento. Algunas materias son relevantes para mi trabajo, otras para los entrenamientos y otras para la vida en general, pero las considero todas importantes a pesar de abarcar temas de lo más variopinto.
Estos son los principales métodos que me funcionan para hacer más llevadera la hora del aprendizaje/estudio y que me ayudan a perder menos el tiempo:
- La técnica Pomodoro. Consiste en alternar periodos de alta concentración (30 minutos de media) con momentos de total desconexión, para dejar así descansar a la mente (vamos, que me enteré el otro día de que lo que llevo haciendo desde siempre tenía ese nombre…). Además, de este modo le resulta más fácil al cerebro asimilar la información al dársela en pequeñas dosis. Esta técnica la usaba sobre todo en el instituto y en la universidad, y mi manera preferida para desconectar era ponerme un episodio de una serie como Friends o Cómo conocí a vuestra madre, es decir, corto pero que me echara unas risas sin tener que pensar. Actualmente uso más Youtube, que también es una mina para estos asuntos. Jugar a algún juego, ver la tele o bailar en plan desatado también son altamente recomendables.
- Dormir. Sencillo, placentero… e imprescindible. Intentar aprender fatigado, dando cabezadas mientras tratamos de pasar de una palabra a otra como si fuera saltar un precipicio, aparte de un sufrimiento es una pérdida de tiempo. Es preferible sucumbir al sueño, darle margen al cerebro para que se recupere y elimine toxinas, y así poder estar con todos los sentidos puestos en lo que estamos haciendo. Al hacer la cuenta, el tiempo efectivo de trabajo es mucho mayor.
- Recompensarte. La mayor parte de las personas funcionamos mejor al perseguir un objetivo que simplemente haciendo las cosas «por el arte de». Por eso, marcarse pequeñas metas y recompensarse al llegar a ellas ayuda a trabajar más motivado. Es importante que sean asequibles (acabar un tema, terminar de hacer un resumen, etc.), para no llegar a frustrarnos por no conseguirlas. La recompensa puede ir desde comerte una onza de chocolate (mi favorita) hasta comprarte un bolso, eso ya cada uno…
- Buscar tu momento. O adaptarte al momento, más bien. Ejemplo personal: Tengo unas dos horas al día, a lo sumo, para dedicar a los menesteres educativos. La cosa es que no son seguidas, sino que están fragmentadas en períodos de unos 20 minutos: el desayuno, los tiempos de espera para coger transportes públicos varios, algunos de los trayectos y el tiempo que transcurre desde que termino de cenar hasta que me voy a dormir. Según el escenario, opto por los libros, los audios, los vídeos, la observación… Echándole ganas, siempre se puede encontrar un medio que encaje en un momento determinado.
En función de lo que estés intentando aprender, puedes acceder a diversos recursos y fuentes de información. Hoy en día lo fácil es recurrir a internet, pero dentro de internet la información existente abarca todo el espectro de calidad, desde estudios serios hasta opiniones sacadas de la manga sin ningún fundamento (ejem). Es fundamental contrastar varias fuentes y jugar a las siete diferencias y, en base a eso, sacar las conclusiones pertinentes.
- Formato papel. Creo que no hace falta explicarlo. ¡El papel no muerde!
- Formación online. Coursera y Open2study son las páginas que uso actualmente; ofrecen cursos gratuitos sobre gran variedad de temas, que son impartidos por universidades de todo el mundo. Tienen una duración de unas 4 a 6 semanas, y consisten en una serie de vídeos cortos divididos en módulos, con test periódicos para ver si te estás enterando de algo. Muchos de los cursos están traducidos al castellano y los que he seguido hasta ahora son muy amenos, recomiendo echarles un ojo. De Youtube también se pueden sacar muchas cosas interesantes, solo que al ser un poco cajón de sastre hay que rebuscar un poco más, pero se puede encontrar DE TODO.
- El mundo virtual. Formado por infinitud de páginas web, blogs, foros, compilaciones, aplicaciones, extensiones… Investigando un poco y contrastando información, sin dar por válido lo primero que encontremos en los resultados de Google (ejem ejem), podemos encontrar las herramientas necesarias para formarnos una imagen, como mínimo general, sobre cualquier concepto.
- Tus experiencias. No hay mejor informe que el que se genera dentro de uno mismo. Lo que sentimos y experimentamos en nuestro propio cuerpo o en nuestra mente se queda grabado, por lo que si hacemos un esfuerzo e permanecemos atentos, los resultados pueden ser sorprendentes. La percepción a través de los sentidos de manera consciente es fundamental para entender el mundo que nos rodea, cómo reaccionamos ante él y cómo reaccionamos ante nuestra reacción, que también tiene lo suyo…. Ya profundizaré sobre esto en otra ocasión.
- Las experiencias
del de enfrente. Porque (afortunadamente) todos somos diferentes y, del mismo modo, también lo es la manera en la que percibimos el entorno. Por eso es tan importante tener en cuenta la información que nos pueden proporcionar los demás, como medio para obtener diferentes puntos de vista de la realidad o descubrir realidades que ni siquiera sabíamos que existían. Tampoco tenemos los mismos intereses e inquietudes, así que nunca se sabe qué nos puede aportar una conversación con «ese/a borde que siempre va a lo suyo». Las apariencias pueden engañar… Mucho.
- Cometer errores. Equivocarse es ley de vida, no es algo negativo como muchas veces intentan hacernos creer. Es la base del aprendizaje, a través del ensayo-error es como ganamos experiencia, ya que nos permite conocer nuestras debilidades y corregirlas, para intentarlo de nuevo con una armadura más fuerte. No hay que tenerle miedo al error, a lo que habría que tenérselo es al propio miedo, porque si el temor no nos permite intentar algo lo único que conseguiremos es quedarnos estancados, inmóviles. Si nos arriesgamos, abrimos las puertas a la sabiduría y al conocimiento, siempre que tengamos la humildad suficiente para reconocer cuándo y en qué nos hemos equivocado y actuar en consecuencia. Errar es el camino para crecer.
– P –