Desde que se produjo el ‘boom’ de las redes sociales, estas han ido pareciéndose cada vez más a un campo de batalla. Mucha gente ha encontrado en ellas el escenario perfecto para hacer su actuación estelar y compartir con el mundo sus palabras e ideas hirientes. Mostrar compasión ante actitudes así no siempre es fácil; dedicar unos momentos a reflexionar antes de reaccionar puede ayudar.
Las cosas a veces no son lo que parecen
Hay gente que parece que está peleada con el mundo. Cada cosa que hacen y, especialmente, que dicen, tiene como objetivo sembrar negatividad. Se les suele identificar rápidamente, ya que se suelen referir a sí mismas como personas «sinceras», «realistas», «que solo dicen la verdad» y «que tienen todo el derecho a expresar su opinión». No tengo muy claro si se llegan a olvidar de que al otro lado de la pantalla hay otros seres humanos, o si lo ignoran de forma deliberada. En cualquier caso, sus acciones hablan más allá de lo que lo hacen sus palabras.
Los casos en los que los comentarios y ataques llenos de amargura están hechos con el objetivo expreso de hacer daño, sus emisores están dejando ver sus entrañas como si se abriesen en canal. Dejan al descubierto tanto su inseguridad como su infelicidad, con las que destilan esa bilis que deben sacar de su sistema para evitar intoxicarse. Tras esa imagen que pretenden proyectar de «me da todo igual», se ve claramente que en su vida hay algún vacío que intentan llenar como pueden.
La persona que se expresa con inquina en relación a/hacia los demás, por mucho que se autoconvenza de que lo hace porque quiere, lo que realmente está haciendo es admitir que no se siente bien consigo misma en uno o varios aspectos. En general, es raro el caso en el que las cosas se hagan porque sí, sin que el desencadenante sea algo existente en nuestra mente, seamos conscientes de ello o no.
Puede que la persona que actúa de este modo ni siquiera sepa la causa real de su comportamiento y lo achaque a una simple demostración de poder. Cuando ve que sus palabras tienen la capacidad de afectar negativamente a otras personas, lo toma como la validación de estar por encima de ellas. El subconsciente puede ser muy traicionero, ya que hace las veces de titiritero que mueve los hilos de la conducta desde las sombras.
Esconderse es la opción más cómoda
Las personas seguras de sí mismas no necesitan denigrar a nadie para buscar esa validación, y las personas realmente felices no buscan hacer sentir mal a los demás porque ya se encuentran realizadas en sus propias vidas. Que sí, que hay personas que se comportan con maldad y dicen sentirse orgullosas de ello. A la pregunta de si son felices siendo así, mi respuesta es que lo dudo bastante. Sea como fuere, son ellas las que tienen que vivir consigo mismas, acompañadas de quien quiera aceptar sus condiciones.
Lo que ocurre es que, una vez se acostumbran a interpretar el papel de justicieros o malos de la película, es difícil renunciar a él. El temor a mostrarse débiles o simplemente vulnerables, como si fuese algo negativo, hace que se agarren a esa actitud demoledora. Esto lleva a que cada vez refuercen más ese escudo tras el que probablemente se han estado escondiendo durante gran parte de su vida.
A veces es más fácil mantenerse en una posición altanera que solamente reporta una satisfacción efímera, que pasar por el proceso incómodo de «bajarse del burro» para mostrar sentimientos y esas cosas típicas de la mayoría de seres humanos. Bien porque no sepan cómo hacerlo, bien por miedo a las reacciones que puedan desencadenar, optan por seguir ignorando esa vocecilla interna que les susurra que algo está fallando.
Romper la dinámica destructiva
«Seguir siendo amable en situaciones crueles requiere elegancia.»
– RUPI KAUR
Evidentemente, no es mi cometido convencer a nadie de cómo debe o no debe comportarse. Lo que sí me gustaría hacer es romper una lanza a favor de esas personas. Si tú que me estás leyendo conoces o detectas esa actitud destructiva en alguien, ya sea a través de lo que dice o lo que hace, prueba a no devolver el ataque. Contraatacar no hace más que retroalimentar cualquiera que sea la emoción negativa que siente esa persona, tanto hacia sí misma como hacia los demás.
En lugar de eso, prueba a afrontar la situación con compasión. No con pena ni con condescendencia, sino con compasión. Una actitud compasiva deja las puertas abiertas a la duda sobre si es realmente esa persona la que está hablando, o si es ese algo que está en su mente y que tal vez ni siquiera sabe que está ahí.
Nunca puedes saber qué se esconde en la mente de alguien, qué recuerdos o experiencias traumáticas guarda en ella. Tampoco puedes saber qué siente sobre sí mismo cuando se mira en el espejo o cuando tiene que relacionarse con el mundo que le rodea. Los mecanismos de defensa de la mente humana pueden adoptar forma de ataque con una facilidad sorprendente.
Sácale brillo a tu compasión
Nos damos mucha prisa en hacer juicios sobre los demás. Solo con pararnos un momento a reflexionar sobre qué es lo que puede haber detrás de ciertos comportamientos, podemos encontrarnos con una amplia variedad de posibles causas. La más obvia no tiene por qué ser la verdadera.
Para una persona acostumbrada a andar siempre a la gresca, recibir un golpe de compasión puede ser algo nuevo e inesperado que haga las veces de ‘shock’. Quizás a la primera no pase nada, pero ¿quién dice que poco a poco no se pueda ir erosionando ese escudo tras el que se protege? Aunque cambiar de actitud sea una elección personal que no se puede forzar, la inspiración para hacerlo puede venir de los sitios más insospechados.
Aquello de «la violencia genera más violencia» no es solo una frase hecha, sino que es la triste realidad. La compasión es una de las mejores armas que existen para combatirla. Eligiendo la compasión de forma consciente e intencionada, especialmente cuando no es la respuesta que nos sale por defecto, podemos generar un gran impacto… justo el momento en el que es más necesario que hagamos el esfuerzo.
¡que bonito Petra!, la verdad es que hay silencios que son mas ruidosos que cualquier explosión
y bofetadas ( de realidad ) que no requieren movimiento alguno. Un abrazo fuerte!
Muchas gracias «aiben», ¡un abrazo para ti también!
Muy bueno Petra, la verdad es que es la única solución porque si no sería el cuento de nunca acabar, besos!
Ese es el espíritu ;-) ¡Un abrazo Aday!