En estos tiempos que corren, tenemos una obsesión bastante llamativa por planificarlo todo. Parece que para cualquier cosa que quieras hacer, hay que tenerlo todo pensado, estudiado y justificado. Que sentimos la necesidad de tenerlo todo bajo control antes de empezar, en definitiva.
Y a ver, yo soy una especialista en coleccionar información. No en recopilarla, no; en coleccionarla. Si recopilase la información imprescindible para poder hacer algo y luego la emplease para pasar a la acción cuanto antes, sería maravilloso.
Por desgracia para mí, la información se acumula pero la acción nunca llega. ¿Por qué? Porque sigo teniendo la sensación de que me falta algo. Y lo más probable es que no me falte razón, pero es que siempre va a haber algo más que añadir.
Si ese algo lo necesito sí o sí para actuar, vale, pero lo habitual es que sea simplemente una excusa para procrastinar y posponer el ponerme en movimiento.
El miedo, ese acompañante incombustible
Ay, procrastinar, una de esas palabras tan de moda. De nuevo, no hay nada más fácil que encontrar mil y un elaborados motivos por los que nos cuesta ponernos manos a la obra. Cuando a esos motivos les quitamos todos las largas explicaciones y las florituras, solo queda la esencia: el miedo.
¿Miedo a qué? A lo que sea. El disfraz que lleve el miedo en un momento determinado importa bastante poco. Lo que realmente importa es el poder que tiene para frenar la acción.
Además de información, también colecciono miedos como cualquiera: miedo a exponerme, a que me juzguen, a «cagarla»… pero ahora mismo hay uno que cubre con su sombra a todos los demás: el miedo a no avanzar, a quedarme como estoy. Cosa seria.
Siempre digo que estoy agradecida por todo lo que sí tengo. Bueno, no solo lo digo, sino que realmente lo pienso y lo siento. Pero es que sentir gratitud por lo que tienes no es incompatible con tener ganas conseguir más cosas, de avanzar. De hecho, estoy convencida de que lo primero es la base más estable posible para lo segundo.
Para actuar solo tienes que empezar
Esas cosas en este caso no se reduce a lo material, sino que lo abarca todo: deseos, objetivos, ilusiones, retos. En beneficio propio y/o en beneficio de los demás. Grandes y pequeños. Los teóricamente imposibles y los fácilmente alcanzables. Las cosas que hacen de la vida un viaje al que poder encontrarle algo de sentido.
El denominador común necesario para conseguir cualquiera de esas cosas es la acción. No hay más. El grado de planificación o de precisión en la ejecución es algo secundario, ya que eso siempre se puede ir ajustando a largo del tiempo.
Pero sin acción, sin la parte práctica de hacer que ocurran cosas, no hay planificación ni ajustes que valgan. Ya lo dice el refrán: «quien quiera peces que se moje el culo». Aunque yo los peces los quiero bien lejos, lo cierto es que el refrán no puede ilustrar mejor el concepto.
Hay gente a la que hacer lo que sea y/o de cualquier manera no le supone ningún problema. Tienen ese espíritu aventurero, esa actitud de «yo lo hago y a ver qué sale» que, sinceramente, siempre he envidiado y soñado con tener.
Y eso por no hablar de esas personas con las que el efecto Dunning-Kruger parece recrearse… Tal vez muchas de ellas nos hagan llevarnos las manos a la cabeza, pero mira, que les quiten lo bailado. ¡Al menos hacen algo!
Empieza primero, y luego ya decides a dónde vas
Al hilo de la entrada anterior: para ser atleta, una de las principales cosas que se supone que tienes que hacer es entrenar.
Entrenar no es solo hacer series, pesas o ejercicios de técnica, y mucho menos al principio de la temporada o de tu periplo como atleta. Entrenar es hacer acto de presencia. Es ir a donde se supone que tienes que ir, ya sea a la pista, a un parque o al pasillo de tu casa, y hacer lo que corresponda hacer.
Quizá lo que corresponda sea simplemente un trote cochinero y unos estiramientos, y para eso no necesitas conocer el calendario de competiciones, tu porcentaje de grasa corporal o tener el equipamiento de moda. Lo que necesitas es ir y hacerlo.
Si quieres aspirar a hacer cosas más complejas lo mejor que puedes hacer es empezar por hacer lo sencillo, y ser consciente de que seguramente te toque seguir haciéndolo muchas veces más antes de poder pensar siquiera en hacer virguerías.
Para empezar no tienes por qué saber en qué dirección quieres avanzar. Ya tendrás tiempo de tomar decisiones y de plantearte objetivos. Ya llegará el momento de planificar. Sea lo que sea lo que quieres iniciar, pasa a la acción primero y ve dándole forma cuando ya estés en movimiento.