Amor Propio y Autoestima, Salud y Bienestar

Evita que tu cuerpo te falle. Apuesta por ti

Confiar en que tu cuerpo no te va a fallar a la primera de cambio está infravalorado. Está claro que siempre puede sorprenderte con algo, pero es que ahí está precisamente la clave: que sea algo inesperado o que puedas dar por hecho que lo va a hacer.

Que tu cuerpo sea previsible y se comporte tal como esperas de él es una fuente de tranquilidad a la que no se le puede poner precio. Puedo hablar con conocimiento de causa, porque me he pasado muchos años desconfiando de mi propio cuerpo, esperando a ver cuándo decidía volver a jugármela.

Como con todo en la vida, algunas cosas se pueden controlar y otras no. Y como con todo en la vida también, esto variará de una persona a otra. Habrá aspectos del funcionamiento del cuerpo a los que no quedará otra que acostumbrarse y otros en los que sea posible meter mano.

Personalmente, considero que hay bastantes cosas que puedo controlar, o al menos eso me gusta creer. Pongo la mayor parte de mis esfuerzos en (oh, ¡sorpresa!) cómo, cuándo y dónde me muevo, y en qué, cómo y cuándo como. Esos factores son los que marcan la mayor diferencia, para mí y para mucha gente.

El cuerpo cambia constantemente

No siempre encuentras a la primera lo que mejor te funciona. Por si eso fuera poco, es probable que llegue un día en el que algo que te funcionó en el pasado te deje de funcionar. Sería maravilloso que todo fuese un camino recto y sin baches, ¿verdad? Pero no, por lo general hay que testear mucho y equivocarse otro tanto.

A veces es increíblemente difícil evitar desesperarse, especialmente cuando lo estás pasando mal. Queremos soluciones inmediatas que nos quiten los males, o que al menos los palien y, cuando no tenemos éxito al primer o segundo intento, nos rendimos y decidimos conformarnos con lo malo conocido.

Nadie puede pretender que su cuerpo de 50 años se comporte igual que cuando ese mismo cuerpo tenía 20, pero la diferencia no tiene por qué ser tan dramática como se suele hacer ver. Me parece estupendo que se bromee con el tema (yo también lo hago), siempre y cuando se quede en eso: en una gracia puntual.

Lo que suele ocurrir es que se toma como ley de vida y se convierte en una excusa para dejar que esta siga su curso «inevitablemente decadente». Mira, no.

[Entrada: Nunca es tarde. Y no, no «estás mayor»]

Este tema me toca muy mucho la fibra, lo reconozco. Esa mentalidad tan extendida de que cuando llegas a cierta edad lo normal es que te cueste moverte, coleccionar achaques o tener escapes de orina al reírte es algo que me pone de muy mala leche. Y las cosas que me ponen de mala leche son contadas.

Pero claro, el problema es que hay que tomar acción. Hay personas a quienes les ha tocado la lotería genética y que no necesitan mover ni un dedo para mantener la maquinaria del cuerpo bien engrasada. Esa gente es la excepción. La norma es tener que tomar decisiones y acciones para lograr que la máquina siga funcionando de la mejor manera posible.

Si luchas contra tu propio cuerpo, solo puedes perder

Solo tenemos un cuerpo y, sin ese cuerpo que tenemos, no estaríamos en este mundo terrenal; sería materialmente imposible. Teniendo esto en cuenta, cabría pensar que lo normal sería tenerle aprecio, y tratarlo con mimo para que nos dure mucho, mucho tiempo.

En cambio, luchar constantemente contra él se percibe como algo más normal. Muchísimas personas llegan a odiar ciertas partes del mismo o todo el cuerpo en su conjunto. Esta sigue siendo la triste realidad que, por desgracia, no tiene pinta de que vaya a cambiar a corto plazo.

Se nos condiciona desde muy temprana edad para que percibamos los supuestos fallos que tiene nuestro cuerpo. Estos «fallos» se miden por cuánto se alejan nuestros parámetros de una media ficticia, un ideal construido y afianzado a base de miles de millones de dineros, para convencer al público de que es el listón que debe alcanzar para ser aceptado.

Cuando el objetivo es vender algo (en especial algo que nadie necesita), no existe mayor filón que las personas que se sienten insatisfechas consigo mismas. Por eso una de las técnicas de persuasión más usadas se basa en destacar algo que está mal en ti, o algo de lo que careces, para luego venderte la solución a tus problemas… unos problemas que antes no tenías.

El mundo del marketing, las ventas y los negocios en general me parece fascinante, porque el comportamiento humano también me fascina. Al fin y al cabo, nuestras relaciones se basan en eso. Lo que me parece preocupante y digno de vigilar de cerca es la intencionalidad que hay detrás.

Sacar beneficio de las personas cuando se sienten vulnerables está feo, y más cuando lo haces convenciéndolas de que tienen problemas que realmente no son tales. Y hasta aquí mi opinión (por ahora) sobre este tema, que resulta que también me pone de mala leche.

«Pero es que no todo el mundo puede»

Esta frase («pero es que no todo el mundo puede») y sus variantes son algunas de las que se suelen utilizar para rebatir la afirmación de que hay que cuidar activamente del cuerpo. Y es cierto, no todo el mundo puede hacerlo. Cada persona es única, para lo bueno y para lo menos bueno, qué le vamos a hacer.

La pregunta fundamental es, ¿tú, puedes o no puedes? Porque si la respuesta es que de verdad de la buena no puedes, pues perfecto, poco más que hablar. Ahora bien, si la respuesta empieza con un «bueno…» o un «es que…», ya te estás delatando.

Apropiarse de las limitaciones ajenas es una práctica habitual, pero poco efectiva para los intereses propios. En algunos casos se hace de manera inconsciente. En otros casos es cierto que puede tener algo que ver con solidarizarse («si ellas no pueden, yo tampoco debo»). Aún así, creo que la mayoría de las veces es la justificación idónea para no ponerse manos a la obra.

No digo esto para apuntar a nadie con el dedo ni para echar culpas, faltaría más, sino para señalar una realidad que a veces no vemos porque se esconde en un «punto muerto». Las buenas intenciones no siempre se traducen en buenos resultados.

«Es que me da pereza»

Hombre, ¡y a mí! La pereza siempre está al acecho. A veces me gustaría que existiese el modo de moverse sin moverse (por la curiosidad de ver cómo sería, más que nada). Que tal vez ya está inventado y no lo sé, pero si es el caso creo que todavía no le ha llegado al público de a pie.

(Aún recuerdo el boom de hace unos años del entrenamiento con EMS, los famosos trajes de electroestimulación… y los estragos que causó en muchas personas cuyos cuerpos no estaban preparados para ello. Todo tiene su lugar, pero para algunas cosas no existen los atajos.)

Otra cosa que me encantaría sería poder comer lo que me diese la gana y vivir libre como el viento, aunque parece que eso tampoco está en mi destino. Pero bueno, aunque pueda ser tedioso, los beneficios bien merecen el esfuerzo.

Claro que hay días en los que se hace cuesta arriba, igual que hay otros días en los que te chocas de frente con un muro que parece infranqueable y no ves más allá. Pero cuando vas acumulando días, uno detrás de otro, la balanza entre los días chungos y aquellos en los que la cosa fluye se va inclinando hacia estos últimos.

Evita que tu cuerpo te falle: apuesta por ti

Hacer lo mejor para tu cuerpo es apostar por ti, día tras día. No hay mejor manera de aumentar la autoconfianza y la seguridad en una misma. Y en este caso no hablo de «uy, cómo me gusto» (que también tiene su punto, por supuesto), sino de «uy, confío en que mi cuerpo no me va a fallar».

Garantías al 100% nunca va a haber, respecto a nada. Se trata de jugar las cartas que tenemos utilizando la mejor estrategia posible.

Cuando sabes que estás haciendo lo que está en tu mano por que funcione, dentro de tus posibilidades, te sientes bien. Tal vez no puedas abarcarlo todo pero, cualquier cosa que puedas hacer, tanto tu cuerpo como tú, que vives en él, lo van a agradecer.

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