Desde que dejé de ser atleta me ha costado encontrar el rumbo… y ya hace unos cuantos años de eso. Cuando te has pasado más de media vida (en aquel momento) actuando de cierta manera, y procesando el mundo a través de un determinado filtro, es difícil dejar de hacerlo de un día para otro. De hecho, con el paso del tiempo he llegado a dudar de que sea realmente posible.
Por desgracia, es algo que ocurre con más frecuencia de lo que parece, al menos a nivel interno, y algunas personas lo llevan mejor que otras. Tras dejar el deporte se observan numerosas historias de éxito, pero no hay que olvidar que también se ven historias bastante trágicas.
Así que lo admito: echo de menos mi vida como atleta. Y no, no me refiero a los factores externos, aunque también haya muchas cosas que echo en falta de la parte práctica. En este caso me refiero a mi manera de existir en el mundo y de moverme por la vida.
Cuando las prioridades se establecen solas
Lo que más echo de menos es lo claras que tenía las cosas. Ser atleta, además de ser una magnífica identidad detrás de la cual escudarme, era algo que me facilitaba mucho la toma de decisiones.
Cuando eres atleta hay ciertas cosas que no necesitas explicar o justificar. En general, la gente acepta el compromiso que tienes con el deporte o, como mínimo, lo respetan.
Aún así, para quien no lo vive en sus propias carnes puede ser bastante difícil de entender. Ese es uno de los motivos de peso por los que muchos atletas se relacionan principalmente con otros atletas.
Por ejemplo, para mí la pregunta de «¿hoy voy a ir a entrenar?» simplemente no existía. El entrenamiento no era algo opcional, ni era prescindible, ni negociable; como atleta, entrenar formaba parte de mi vida, igual que comer o dormir.
Sé que mucha gente no entiende este tipo de compromiso, especialmente durante la infancia y la adolescencia. Se supone que durante esa etapa tus estudios tienen que ser una prioridad, así que no ir a entrenar para dedicarle más tiempo al estudio está justificado.
Considero que en la mayoría de los casos este es un planteamiento erróneo, por impopular que sea este punto de vista. Seguramente sea porque yo nunca he funcionado así. Nunca he funcionado bien, quiero decir.
Decisiones, no sacrificios
Desde mi infancia, cuando hacía ballet, hasta mi último año como atleta en activo, mis prioridades siempre fueron de la mano, y fue precisamente esa disciplina la que me ayudó a rendir, ya fuese en clase, en el trabajo o en la pista.
Si una de las actividades a las que dedicaba gran parte de mi tiempo no iba bien, se resentía el resto. Y si una de ellas iba especialmente bien, ese éxito se transfería a las demás.
Nuestras experiencias vitales se nutren unas de otras, así que en lugar de empeñarnos en aislarlas, quizá sea mejor estrategia tratar de integrarlas. Digo…
Mi experiencia es la siguiente: cuando tienes varias cosas que son importantes para ti, encuentras la manera de dedicarles el tiempo y la energía necesarios. Esa presión es, en general, beneficiosa, porque te obliga a organizarte mejor y a buscar soluciones creativas cuando la situación así lo requiere.
Nunca me ha gustado hablar de sacrificios, pero está claro que la vida de atleta hace que te pierdas ciertas cosas. Nuestra vida toma forma con las decisiones que tomamos, y cada decisión lleva aparejadas determinadas consecuencias. Sin más. Si tomas ciertas decisiones se entiende que es porque has hecho la cuenta y te compensa de un modo u otro.
Como siempre, añado el clásico ‘disclaimer’: soy consciente de que esta experiencia no es igual (ni parecida) para todo el mundo, porque cada persona ES un mundo. En mi mundo particular, esto es lo que había y lo que hay, y es de lo que puedo hablar.
Por qué echo de menos ser atleta
Hablaba al principio de la identidad de atleta. Desde que la perdí, he intentado hacerme a la idea de que esa ya no soy yo; que ya no tengo derecho a pensar como pensaba o a actuar como actuaba.
Las veces que he explicado algo diciendo «cuando era atleta hacía X o Y», y me han respondido «pero es que ya no eres atleta», se me hacía un nudo en las entrañas. Vale, acepto que objetivamente ya no soy atleta pero, entonces, ¿qué soy?
No tener una identidad concreta con la que identificarme, valga la redundancia, se me ha hecho muy cuesta arriba. Pasé de tener determinados carteles colgados, que hablaban por mí y que me enorgullecía mostrar al mundo a la menor ocasión posible, a ser simplemente yo.
Y resulta que ser simplemente «yo», sin esos carteles, etiquetas o identidades tras los que poder ocultarme, no ha sido tarea fácil. Es paradójico, la verdad: quién iba a pensar que decidir qué o quién quieres ser pudiese resultar un problema, pero mira…
Quienes hacen las cosas mejor, hacen la transición de manera adecuada. Quizá no sea paulatina, porque a veces las circunstancias tienen otros planes, pero saben que ganarse las habichuelas siendo atleta es algo que tiene fecha de caducidad, así que lo preparan todo para su salida.
Cuando caes, te agarras a lo que puedes
No son pocos los atletas siguen vinculados al deporte de un modo u otro, porque al final es un mundillo complejo en el que la experiencia adquirida puede aportar mucho y a muchos. Y ya vas con cierto caché añadido, las cosas como son.
También hay atletas que deciden seguir compitiendo, al nivel que consideren (y que el cuerpo les aguante). Les admiro, la verdad, por todo lo que conlleva, y porque así consiguen aferrarse a la identidad de atleta con todas las de la ley.
Luego estoy yo, que en lugar de hacer la transición bien, decidí tirarme al vacío sin paracaídas, sin red y sin saber lo que había debajo… y se puede decir que todavía sigo en caída libre.
Como la caída libre es algo que aborrezco, tanto en sentido metafórico como literal, me toca agarrarme de lo que pueda para frenar el descenso y, con un poco de suerte, salir impulsada hacia arriba.
Es por eso que he decidido empezar una nueva temporada, igual que hacía antaño. La diferencia es que esta no es una temporada atlética como tal, sino una nueva temporada en mi vida. La idea es plantearme el proceso igual que lo hacía cuando mis objetivos se centraban en entrenar y en competir.
No me pasé tantos años estructurando mi vida alrededor de la identidad de «ser atleta» como para dejar que todo ese aprendizaje caiga en saco roto. Lo cierto es que tengo mucha curiosidad por ver cómo puede ayudarme a salir de esta situación en la que me he metido. ¿Lo bueno? Tengo poco que perder.
La verdad…que me siento super identificada con este texto. En este momento de mi vida se puede decir que empiezo también «nueva temporada», recordando la diseñadora que era (que soy), re-conectando con la diseñadora que era (que soy)…Y que no importa en lo que me haya convertido (o mejor dicho, reinventado) a lo largo de estos años…porque la realidad es que podemos ser muchas cosas a la vez (diseñadoras – monitoras – cocineras – atletas – coaches – cantantes – actrices de teatro improvisado – bailarinas). Lo mejor está siempre por llegar Petra, y estamos a sólo un paso (menos) de conseguirlo ;)
Al final es eso, que de un modo u otro nos estamos reinventando constantemente, y a veces eso conlleva recuperar cosas que habíamos dejado atrás para poder seguir adelante. El futuro está lleno de posibilidades :)
❤️ Reflexiones q hacen reflexionar.A por la nueva temporada Petra 💪🏻
Un abrazo enorme 🥰
Gracias por leer mis pensamientos en «voz alta». Ya sabemos cómo va esto: nueva temporada, nuevas oportunidades… ¡Otro fuerte abrazo de vuelta para ti! 🤗