Quien me haya visto un par de veces lo sabe: soy muy sencilla, muy básica y muy poco arriesgada en lo que a imagen se refiere. Mucha gente lo definiría como estilo soso, y lo asumo con orgullo. Incluso cuando pongo toda mi intención en arreglarme y estar guapa, el resultado siempre queda bastante modesto, sobre todo si me comparo con otras personas y la creatividad que le echan.
Cuando me describo así ante alguien, suelen tomarlo como si me estuviese justificando o, peor aún, como si estuviese pidiendo perdón por ello. No es el caso, sino que mi estilo actual podría clasificarse como «que no se me vea demasiado». Claro que no me disgusta gustar, pero es que llamar la atención queriendo no entra dentro de mis objetivos en estos momentos.
He tenido otras fases (con bastante más inseguridad de por medio) en las que sí necesitaba la confirmación de que existía y se me veía. Quién sabe, quizás el mes que viene cambie de parecer y haga algo radical; hoy por hoy eso es lo que hay.
En la diversidad está el gusto
Actualmente vivimos en un mundo muy ecléctico. En mi opinión esto es algo tremendamente positivo. Ya tenemos suficiente historia detrás como para saber que ninguna tendencia dura para siempre. Además, también sabemos que hay casi tantos gustos como personas. Si esto es algo de dominio público, ¿por qué parece que la barra libre para criticar los gustos de los demás es más larga que nunca?
Quise empezar aclarando cuál es mi estilo para que se entienda que la reflexión que sigue no es porque me afecte directamente, sino porque atenta contra la diversidad de visiones y de opiniones. Aunque haya podido recibir valoraciones acerca del «poco partido que me saco» o como «siempre voy igual», nunca ha pasado de ahí.
(Pongo el foco en el estilo personal sin meterme (demasiado) en lo moral, que si no se me caen los dedos de escribir… Bien, prosigamos).
Comentar es gratis… ¿o no?
A continuación dejo una lista de comentarios habituales que se escuchan/leen «por ahí», a modo de ejemplo de lo que estoy :
No me gusta lo que llevas puesto.
Ese peinado no te favorece.
Ese color te queda fatal.
Qué peinado más ridículo.
Vas demasiado maquillada.
Deberías maquillarte un poco.
Parece que estás enferma.
Qué blusa más hortera.
Ese pantalón te hace gorda.
Ese vestido te hace parecer más baja.
Esa tela es muy poco elegante.
Con esos tacones pareces una jirafa.
Con el cuerpo que tienes y te pones eso…
Deberías ponerte algo más ajustado.
Pareces un chorizo embutido.
Pareces un palo sin forma.
Podrías estar guapa pero lo estropeaste con…
¿Eres de las personas que dicen este tipo de frases a menudo? ¿Las dices porque te piden opinión o simplemente porque te apetece? Si no te la piden, ¿por qué consideras que tu opinión es tan importante como para ofrecerla igualmente? Vale, existe la famosa (y manida) libertad de expresión y por eso tienes derecha a darla. Pero, ¿te has planteado alguna vez que implícita en esa libertad también está la opción de quedártela para ti?
No creo que la mayoría de la gente que tiene por costumbre hacer esta clase de comentarios lo haga para hacer daño intencionadamente. Intuyo que es algo que en general suele hacerse por inercia. Como muchos de los conflictos que se producen en las relaciones humanas, pararse a pensar y a reflexionar antes de hablar suele ser la mejor solución al problema.
Cuidar tus respuestas es una opción real
Es evidente que hay gente a la que le gusta llamar la atención y que lo busca activamente. A mí me parece estupendo porque, siendo honesta, como alguien que quiere estar en segundo plano me beneficia. Pero que alguien quiera ser el centro de las miradas no le da carta blanca a nadie para usar esa atención como excusa para ir a «tocar la moral».
No digo esto porque yo sea ningún ejemplo a seguir, ni mucho menos. Soy la primera que levanto la ceja cuando veo algo en una persona que capta mi atención, por el motivo que sea. Lo que ocurre es que me esfuerzo en reconducir lo que pienso. Para empezar, soy consciente de que no tengo por qué comentar nada negativo al respecto, a no ser que esa persona me lo pida expresamente. Si tengo confianza con ella, entonces podría darle mi punto de vista con tacto, pero hasta ahí.
Para continuar, las frases «que haga lo que quiera» y «es su cara/cuerpo/vida» me sirven para ponerle punto y final al asunto. Sí, así de fácil. Si es un juicio interno me las digo a mí misma, pero también las uso en caso de que la crítica la haga otra persona en mi presencia. La cuestión no es buscar la perfección ni pretender recibir un pin por buena persona, sino saber cómo transformar las reacciones en respuestas menos dañinas cuando sea posible.
Estar guapa y perfecta como necesidad
La imagen personal es algo con lo que se debería tener la libertad de jugar, de divertirse y de experimentar. Para mí pintarme los labios de rojo puede ser la máxima transgresión, mientras que para otra persona quizás sea recrear un estilismo digno de ABBA. ¿Quién dice que una cosa sea más aceptable que la otra?
Estar guapa todo el tiempo no es necesario ni obligatorio. Tampoco lo es estar favorecida, ser el súmmum de la elegancia ni ir de punta en blanco. El mundo no se acaba porque alguien decida ponerse algo estrafalario o por que lleve un corte de pelo que se salga de los recomendados para la forma de su cara.
Desde mi sencillez y mi discreción, admiro a aquellas personas que saben disfrutar de las opciones que tienen y a las que les gusta variar la imagen que presentan de sí mismas. Me encanta ver las fotos de eventos en los que se ven diseños imposibles y accesorios cuya función se ve a kilómetros que es dar que hablar. Si no lo hacen en un evento así, ¿cuándo lo van a hacer?
Pues eso, que el común de los mortales también debería poder expresarse a través de su imagen, sin necesidad de esperar a que les inviten a una alfombra roja. Como si es para comprar el pan, como se suele decir. La gran mayoría de las veces es algo inocuo así que, ¿qué más da?
Algo más de buen rollo no puede hacer daño
La próxima vez que sientas la irrefrenable necesidad de hacer un comentario negativo sobre el aspecto de otra persona, dedica un momento a pensar a qué se debe esa necesidad de juzgar a los demás. ¿Qué es lo que te molesta? ¿Lo que elige o deja de elegir tiene alguna consecuencia directa en tu vida? (Y no, que «te sangren los ojos» o que «te dé vergüenza ajena» no cuenta; ese es tu problema y de tus prejuicios).
Intenta no tomártelo todo tan a pecho. Estar guapa no es tan importante e ir siempre hecha un pincel tampoco. A veces la gente solo quiere pasárselo bien y hacerlo cambiando el modo en que se adornan no hace daño a nadie. Si es algo que realmente te desestabiliza, quizá sea mejor que te preguntes por qué te afecta tanto, especialmente cuando lo que hacen no tiene absolutamente nada que ver contigo. En resumen: relax.
P. S.: Sé que mucha gente argumenta que el mundo sería muy aburrido si todo fuese amabilidad y buen rollo. Sinceramente, tal como está la cosa de hostil hoy en día, sería bastante interesante que esa llegase a ser una de nuestras grandes preocupaciones. Oye, por probar que no quede…