Estos días he visto «cosas» bastante interesantes. Una de ellas es que se habla mucho de encontrar de la felicidad, como si fuese un juego de orientación o la búsqueda del tesoro. Lo cierto es que la felicidad no se encuentra, porque se ha perdido en ningún sitio: la felicidad se entrena y se fortalece.
Otra conclusión es que ser vulnerable en público es duro, porque añade más peso a las emociones que ya de por sí estoy sintiendo… y eso teniendo en cuenta que, en el momento de escribir esto, aún no he compartido por ninguna vía las entradas que he escrito este mes. Paso a paso.
A pesar de que sea duro, la sensación de poder y de control que tengo sobre mi vida al hablar «abiertamente» sobre lo que pienso y lo que siento es brutal. Es sacar la porquería a la superficie, que no es nada bonito, pero sí muy necesario para hacer limpieza en profundidad de la mente y del alma.
A lo largo de la vida nos enseñan muchas cosas a través de la educación formal/reglada, que está muy bien, pero la experiencia es una maestra insustituible. Es la que nos enseña cómo sentimos, cómo actuamos y cómo reaccionamos ante las diferentes situaciones por las que pasamos. Lo que experimentamos es lo que se queda grabado.
La felicidad se encuentra en el presente
Solemos tener la idea de que la felicidad, como concepto universal, se encuentra en algún momento y lugar del futuro. Nos la imaginamos como algo que perseguimos y que alcanzamos (o no).
En algún momento de la vida siempre fantaseamos con cómo nos gustaría estar o vernos en el futuro. A veces estos sueños se quedan en segundo plano, esperando a que los saquemos a la luz y les demos protagonismo. Otras veces, son ellos precisamente los que nos dan fuerzas para levantarnos de la cama por las mañanas.
Es importante tener un punto de referencia al que queramos llegar, pero sin desviar demasiado la atención del proceso. Por supuesto, todo dependerá de la naturaleza del objetivo que nos hayamos propuesto, aunque tener los pies en la tierra y saber dónde nos encontramos suele ser beneficioso en cualquiera de los casos.
La felicidad es algo que se practica, no algo que se consigue. Si nos la planteamos como un destino en lugar de como el camino en sí, corremos el riesgo de ver que siempre se mantiene a la misma distancia, en lugar de estar cada vez más cerca.
Esto es algo que ya tenía muy presente desde hacía tiempo pero, al parecer, esa información decidió esconderse en una carpeta oculta de mi mente y no era capaz de rescatarla. Con todo lo que la he removido (mi mente) durante estos últimos días, al final ha salido de su escondite para volver a la parte consciente.
La tranquilidad representa el bienestar máximo (para mí)
De repente he recordado que estar bien para mí tiene una expresión bastante clara: estar tranquila. El resto de circunstancias que me rodean no tienen por qué tener una forma definida; mientras consiga estar tranquila, mantener la calma y pensar con claridad, me sentiré bien. Tan simple y, al mismo tiempo, tan poderoso.
No puedo controlar lo que me pasa, pero sí puedo decidir cómo reacciono ante ello. Y, además de eso, también puedo decidir qué acciones tomar en lo que a mi vida respecta. Es completamente normal perder el equilibrio de vez en cuando, es algo que viene incluido en el contrato.
Uno de los determinantes cruciales de mi bienestar es saberme capaz de volver a recuperar el equilibrio en menos tiempo que antaño. No necesariamente en la práctica, pero sí en volver a ver las cosas de la manera más objetiva posible, sin pasarlas por el filtro de mis emociones negativas.
Muchas veces nos desesperamos y buscamos las respuestas fuera, cuando tal vez estén esperando en nuestro interior, aburridas de que la ofuscación nos haga mirar hacia otro lado y no nos permita ver que están ahí.