Hoy me he preguntado si quiero seguir haciendo atletismo. La pregunta ha salido de la nada, como quien dice, porque a pesar de llevar varios días bastante incómoda con el tema, todavía no había llegado al punto de plantear la duda tan abiertamente. Hoy la respuesta ha sido “no lo sé”. Me resulta muy difícil explicar todo lo que se me pasa por la cabeza, todo lo que siento y con qué intensidad…
Entreno todos los días excepto los domingos, como norma general. Forma parte de mi rutina, como ir a trabajar por las tardes. No puedo hablar por nadie porque cada uno vive las cosas a su manera, pero para mí entrenar es algo importante. No es que simplemente vaya a la pista a pasar el rato, a correr un poco, saltar un poco y a hacer unas pesas y al terminar me vaya a casa como si nada. Si tengo un mal día entrenando, me afecta más de lo que dicta la lógica. Tampoco lo hago para que me digan “ah, qué guay, eres atleta”. Va a ser que no.
Atrás quedaron los tiempos en los que vivía en la Residencia Blume y me jugaba mi plaza de una temporada a otra, cuando aún estaba en la universidad y mis obligaciones se reducían a entrenar y estudiar, y viceversa. Eran tiempos en los que tenía razones de peso para tomarme a pecho todo lo relacionado con el deporte. A pesar de estar ahora en una situación muy diferente, en la que se supone que entreno porque me gusta y porque disfruto con ello, lo cierto es que eso muchas veces no se corresponde con la realidad.
Soy consciente de que no me juego nada, de que mi vida no depende de mis resultados y de que esa tranquilidad debería ir a mi favor, pero por alguna razón que no alcanzo a entender, sigo sufriendo. Lo paso mal porque ya no me atrevo a marcarme objetivos por miedo a no acercarme ni de lejos a ellos, porque en los entrenamientos no rindo como debería, porque me bloqueo a la hora de saltar y me siento una inútil; después de tantos años siento que sigo sin avanzar.
Son cosas que a estas alturas de la vida tendría que tener superadas y que no deberían afectarme, pero lo hacen. Peco de poner demasiado corazón en lo que hago, de implicarme más de la cuenta, y cuando las cosas no se acercan a lo que espero, me hundo. También es verdad que igual que me caigo, me levanto, pero tengo las piernas amoratadas ya de tanto traspié.
No soy muy expresiva y parece que paso por la vida sin sentir ni padecer, pero no hago las cosas por hacer. Si hago algo es con un objetivo, con un sentido. Porque, aunque la acción en sí no sea agradable, como tantas cosas, llevarla a cabo me compensa a algún nivel. Hay mucha gente que me dice que ahora, en esta segunda etapa atlética, seguro que me planteo las cosas de otra manera, y yo sigo sin saber qué manera es esa. No me rindo ni a la primera ni a la segunda de cambio, pero sé cuándo va llegando el límite. Eso sí, el límite lo pongo yo.
Hoy el balance es realmente negativo. Suelen ser las hormonas las que me llevan a este tipo de dilemas, pero sé a ciencia cierta que no es el caso, así que debe ser algo serio. No es ningún drama, pero me da coraje, y me da coraje porque me importa. En fin, mañana será otro día.
– P –