Una cosa está clara: hay más gente que nunca mostrando y diciendo cosas en internet. En principio, esto es algo positivo. Una vez dicho esto, también digo que la ingente cantidad de contenido que se bombea a todas horas me tiene saturada. Por suerte, aún seguimos teniendo mucho poder a la hora de decidir qué queremos consumir y qué no.
Me da la sensación de que esa saturación que siento es compartida por bastantes personas, y que el deseo de conectar fuera del mundo digital es más ardiente que nunca. Después de estos añitos que hemos pasado, tiene mucho sentido que así sea.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando ese tipo de conexiones «de carne y hueso» no son posibles»? ¿Qué pasa cuando (ya) no sabes muy bien cuál es el lugar que ocupas en el mundo real? Si el mensaje que recibes constantemente es que «si no tienes presencia digital, no existes», alejarte de lo virtual puede ser bastante más duro de lo que cabría pensar…
Por lógica, si tienes muchas cosas (y personas) tangibles que requieren tu atención y presencia, tienes menos tiempo disponible para invertir en este tipo de «problemas» metafísicos. No es una ecuación infalible, pero lo cierto es que muchas veces las prioridades se establecen solas.
Una imagen ya no vale tanto
Uno de los motivos por los que ver, leer o escuchar las experiencias de otras personas me resulta extremadamente interesante es que cada una ve el mundo y la vida a su manera. Cuando alguien decide compartir esa visión, me parece que proporciona una información de mucho valor a quienes le quieran prestar atención.
Al compartir retazos de su vida, ayudan a los demás a ver las cosas desde una perspectiva distinta a la propia. Aclaro que con retazos me refiero más a palabras que a imágenes, o a imágenes Y palabras. Es curioso, porque siempre se dice que «una imagen vale más que mil palabras» pero, en mi opinión, esta frase ya se ha quedado bastante obsoleta.
Es innegable que en el momento actual son precisamente las imágenes las que priman como medio de expresión. YouTube, Instagram, TikTok… por no hablar de Netflix, Amazon Prime, HBO, Disney+ y a saber cuántos más. La línea entre creadores y consumidores de contenido es cada vez más difusa, al igual que la línea entre documentar y entretener.
¿Qué es real? ¿Qué se considera como «la vida real»?
Sí, una imagen o serie de imágenes puede transmitir mil mensajes distintos, pero cada vez resulta más difícil distinguir entre aquello que pretende ser un reflejo de la realidad y lo que no.
En referencia al contenido visual de producción «casera», una cosa es tomarse licencias creativas, mientras que otra muy distinta es juntar imágenes para montar(se) una película, literalmente. El contexto importa, ahora más que nunca.
Que se nos está quedando un mundo un poco artificial de más, vamos. Tanto filtro, tantas reglas, tanta efimeridad, sumado a la sensación de que necesitas pasarte de revoluciones (en lo que muestras y/o en cómo lo presentas) si quieres que alguien se dé cuenta de que estás ahí. Hemos llegado a un punto en el que cuesta tener claro dónde acaba la persona y dónde empieza el personaje.
¿Esto es un problema? Pues como casi todo en la vida: depende. Supongo que es una pregunta que toca hacerse a nivel individual, como creadores y como consumidores que somos en mayor o menor medida.
Por eso insisto: me parece muy interesante saber qué es lo que de verdad se les pasa a otras personas por la cabeza. Sin demasiados adornos ni florituras. Aunque quede feo, aunque no sea estéticamente agradable o esté bien empaquetado… porque a menudo la vida es así.