Me da miedo expresar abiertamente lo que siento por temor a pasarme de vulnerable. Antes era algo que no me preocupaba especialmente, pero cada vez lo tengo más presente. Serán cosas de la edad, supongo, aunque yo pensaba que esto iba al revés, que todo te iba dando más igual…
Expresividad a la carta
Hace unos cuantos meses, durante el confinamiento, escribí en mis notas que me encantaría que mi vía de expresión creativa fuese más «artística», algo para alimentar los sentidos. Dibujar, pintar, componer música/canciones, cantar, hacer fotos, vídeos, bailar, coser, construir algo con mis manos…
A pesar de que podría hacer todo eso, mejor o peor, la única manera en la que consigo expresarme sin filtros es a través de la escritura. Si al menos escribiese poesía, novela incluso, podría crear textos que se prestasen a la interpretación subjetiva.
En lugar de eso, «solo» soy capaz de expresar por escrito lo que pienso y siento, sin dobles sentidos y sin florituras, servido en crudo. Y agradezco tener ese (este) medio, pero me cuesta mucho dejarlo ir a la hora de compartirlo; me da la impresión de que está todo demasiado «al desnudo».
La imagen y el qué dirán
Soy consciente de que todo el mundo pasa por cosas, pero lo que no se expresa parece que no existe. Por eso llevo bastante tiempo con el conflicto interno acerca de si debo expresar cómo me siento realmente o si me conviene omitirlo para crear la ilusión de tenerlo todo bajo control.
Es muy tentador esconder una parte de ti que es muy real y está muy presente en tu día a día, para construir una imagen de impasibilidad ante lo que ocurre en el mundo.
Y es que parece que hoy en día la imagen lo es (casi) todo, por muy prefabricada que pueda estar. En un mundo que se ha vuelto tan visual y en el que la capacidad colectiva para mantener la atención se está reduciendo a pasos agigantados, las primeras impresiones se han vuelto más decisivas que nunca.
Ese es uno de los motivos por los que me freno: por miedo a lo que pueda pensar la gente. ¿Es un error? En mi opinión lo es, totalmente, sobre todo porque no tengo muy claro quién es «la gente». No quiero que lo que diga se pueda usar luego en mi contra.
La cuestión es, que se pueda usar ¿por quién? ¿A quién le importa lo que yo haga? ¿A quién le importa lo que yo diga? (Leído con el tono de la canción, por favor, que si no queda demasiado trascendental)
Abrir una ventana a las mentes ajenas
La experiencia me dice que cuando mejor me siento es cuando suelto lo que me da vueltas por la cabeza, venga de donde venga. Como es un goteo constante de pensamientos y emociones acerca de un montón de asuntos distintos, parece que si no dejo que la cosa fluya se me va empantanando el alma. Profundo, sí, pero es la mejor manera de explicarlo.
De hecho, hace unos días estuve arreglando cosas en la web, por lo que tuve que releer todas las entradas que tengo publicadas en el blog. Me sorprendió un poco no sentirme avergonzada por lo que he compartido hasta la fecha. Es más, sentí cierta pena por no haber escrito más, en especial durante estos últimos años en los que seguramente me hubiese sido particularmente útil.
A pesar de que tengo mi vida, obra y divagaciones documentadas en libretas varias y documentos repartidos por el ordenador, lo cierto es que hay algo catártico en dejar entreabierta esa pequeña ventana a mi mente para quien quiera asomarse. Es la única manera de tener acceso a ella, al igual que yo no puedo meterme en la mente de otras personas si no abren su propia ventana.
Ser vulnerable une… y libera
La cuestión es que si nadie dice nada o si no nos encontramos con alguien que exprese que se siente igual que nosotros, seguiremos pensando que estamos solos en lo que sentimos, que hay algo que falla en nuestro interior. La vulnerabilidad da un poco de vértigo, pero también sirve para unirnos.
Por eso me gusta escuchar o leer experiencias ajenas. No tanto para sentirme mejor con cualquiera que sea mi batalla interna en el momento, sino para reconciliarme con el hecho de que prácticamente todo el mundo tiene algo rondándole por la mente, aunque no lo refleje en el exterior.
Lo que entendemos por felicidad es una sensación tan íntima y personal que, en general, nos cuesta entender el porqué de su presencia o su ausencia. Lo curioso es que nos pasa con otras personas pero también con nosotros mismos. «¿Cómo puede ser que no sea feliz? ¡Si lo tiene todo!» da paso a «no entiendo cómo puede ser feliz, si no tiene nada…». La experiencia humana, tan compleja ella.
Con todo esto he llegado a la conclusión, todavía no sé si a mi pesar o no, de que prefiero mostrarme demasiado vulnerable a no mostrarme de ninguna manera. Tal vez también me toque aceptar que soy una de esas personas que van por la vida con el corazón en la mano, y que además necesito llevar el cerebro en la otra para hacer contrapeso.