Quien me conoce bien, sabe que me gusta ponerme retos. Algunos los comparto y otros no, pero en cualquier caso el fin con el que me los propongo es ponerme en situaciones más o menos incómodas para ayudarme a crecer un poco más allá de mis propios límites. Mi último reto, por ejemplo, ha sido el de no consumir carne durante el mes de octubre. No lo he publicado en ningún sitio; simplemente se lo he comentado a las personas a las que podía afectarles directa o indirectamente mi decisión.
Por si alguien se lo pregunta: no, no he tenido ningún problema en completar el reto satisfactoriamente. Eso sí, también tengo que admitir que como reto era un poco flojo para mí, ya que mi consumo de carne es muy escaso de por sí. Además, conozco mi cuerpo y considero que llevo una dieta bastante equilibrada para mis necesidades y limitaciones. Por eso voy a prolongarlo un mes más y ver si consigo «incomodarme» jugando con la creatividad de los platos.
Todo este rollo introductorio era para decir que los retos me sirven para desafiarme (bueno, a mí y a cualquiera, se supone). Uno de los problemas que llevo arrastrando mucho tiempo (toda la vida, para ser más exacta) es que me cuesta expresarme. De nuevo, si me conoces o me has leído antes sabrás que esto es algo que me irrita mucho de mí. Por ese motivo, quiero seguir probando cosas para ponerle remedio.
Lo que no se dice, se pierde
Con todo lo tranquila que soy de cuerpo para fuera, mi mente muy a menudo parece una autovía. En ella, los pensamientos circulan rápidamente por su carril correspondiente, aunque a veces se adelantan unos a otros a velocidades vertiginosas. No es pensar lo que me agobia, porque también he aprendido a pausar los pensamientos y a estar presente. Esto es algo muy necesario para estar a lo que hay que estar. Lo que pasa es que preferiría que en lugar de una autovía fuese una carretera secundaria, con un solo carril para cada sentido.
Lo que realmente me molesta es que la mayor parte de lo que pienso se pierde. Las cosas que me inspiran, que me indignan, que me emocionan, tal como llegan se van porque no hago nada con ellas. Aunque quede «raro» que yo lo diga, creo que muchos de esos pensamientos son lo suficientemente interesantes como para compartirlos con otras personas. Ya sea por el efecto que pueda tener en mí «dejarlos salir» o en ellas escucharlos, se merecen una oportunidad. Como beneficio añadido, sé que me serviría para librarme en parte del sentimiento de culpa al evitar que todo eso que se me pasa por la cabeza acabe desapareciendo en la nada.
Misión: compartir nuestra propia historia
Poniéndome un poco más profunda, creo ciegamente en que una de las misiones más importantes que podemos llevar a cabo los seres humanos es la de compartir nuestra historia. Hay tantas historias como personas, ya que no hay dos idénticas. Todas son importantes. Nadie es perfecto, y aspirar a serlo es una gran pérdida de tiempo. Es una inversión mucho más rentable tratar de ser mejores de lo que fuimos ayer. Y con mejores no me refiero a tener más, sino a realmente ser más. Más amables, más tolerantes, más compasivos. Más pacientes. El mundo necesita mucho más de eso, en cantidades industriales.
Por eso, mi reto para el mes de noviembre es el de expresar lo que pienso y lo que siento a través de todas los medios que me sea posible. Este sí que lo publico, para que quede constancia y así obligarme a cumplirlo. Como decía antes, «lo que no se dice, se pierde». Aparte de eso, así tengo un documento al que redirigir a quien pueda resultarle curioso (o extraño, molesto, irritante, etc.) que de repente me haya dado por dejarme ver y leer tanto. Dudo que pase pero, por si acaso, aquí queda escrito.
Reto «exprésate como puedas»
Las premisas que establezco para el experimento son las siguientes:
- Los medios empleados serán el cara a cara o cuerpo a cuerpo, mis redes sociales (Facebook, Instagram y Twitter) y, por supuesto, esta página. Twitter se puede decir que nunca lo he usado aparte de para «retwittear» contenidos ajenos o para promocionar mis propias entradas, así que me va a costar. Como apunte, decir que no tengo descargadas en el móvil las aplicaciones de Twitter ni de Facebook, ni tengo intención de hacerlo. Paz y amor.
- Emplearé palabras, imágenes y/o vídeos según lo que necesite. Escribiré, hablaré o me moveré. En la medida de lo posible intentaré que quede claro lo que quiero transmitir, pero no prometo que vaya a ser siempre.
- Lo que hago y digo nace siempre de una intención constructiva y positiva, incluso las críticas. No soy una santa, pero sí que limito mucho la energía que invierto en cosas, situaciones y personas con las que no comulgo. Dicho esto, en el caso de que algo o alguien me indigne, también lo compartiré.
- La edición debe pasar a un segundo o tercer plano. Que salgan las cosas como quieran salir, y que se queden así.
- Todos los días debo expresar algo, por breve que sea. Siempre hay algo que expresar, aunque sea simple apatía.
Hay gente que me pregunta cómo soy capaz de compartir ciertas cosas sobre mí debido a lo íntimas que son. Pues bien, la respuesta la copio de lo que escribí un poco más arriba: creo que todos y todas tenemos una historia que contar. Yo cuento la mía porque es la que me pertenece, así que me corresponde a mí hacerlo. Y porque quiero hacerlo, obviamente. Mi objetivo más importante es sentir cada vez menos vergüenza por quién soy y cómo soy. Si por el camino consigo animar a más gente a que comparta su propia historia y, además, también reduzca sus niveles de vergüenza, pues eso que nos llevamos todos.