Esta mañana han pasado varias cosas que me han hecho reflexionar sobre el silencio. Para empezar, cortaron la luz en mi edificio, lo que hizo que de manera inmediata el ruido ambiente fuese prácticamente inexistente. Aparte de alguna voz aquí y allá, la sensación era de ausencia total de sonidos. También, mientras desayunaba, me puse a ojear el libro Tao Te King, de Lao Tsé. En uno de los textos, me encontré con una frase que me sacudió el alma de lado a lado (sí, yo vivo estas cosas así):
«Pocas cosas bajo el cielo son tan instructivas como las lecciones del silencio.»
El silencio es algo que pone nerviosa a mucha gente. En el momento en el que desaparecen las distracciones, las voces que se escondían debajo de ellas suelen animarse a hablar. Ante ellas, se puede reaccionar con incomodidad, sin que vaya a más. En otros casos más extremos pueden aparecer respuestas más serias. Hay personas para las que quedarse a solas consigo mismas y sus propios pensamientos no es plato de buen gusto. No todo el mundo está dispuesto a escuchar lo que les tienen que decir. Por eso, simplemente lo evitan. O quizás, aunque les gustaría hacerles frente, no tienen ni idea de cómo hacerlo.
Cuando te encuentras sin recursos con los que acallar tu mente, lo más probable es que te veas forzado/a a escucharla. Tenemos diferentes formas de generar ruido y de mantener el cerebro entretenido. Ya sea poner la televisión de fondo, ir por la calle con los auriculares puestos escuchando música o ir móvil en mano con el pulgar «deslizando» en modo automático… Vivimos en un mundo en el que parece que hay que tener la mente continuamente anestesiada. Estos y otros medios sirven para poner el cerebro «en pausa». ¿Tanto miedo te da lo que puedes oír?
Como (supongo) era de esperar, a mí el silencio me encanta. Me parece una de las sensaciones más maravillosas que existen. Hay noches en las que, por la razón que sea, me despierto de madrugada. Siempre que me pasa eso, dedico unos minutos a disfrutar de ese momento de paz extrema. Es como si el mundo estuviese apagado. Por otro lado, cuando se produce el típico parón en una conversación (conocido como «silencio incómodo»), tampoco me molesta. De cualquier modo, no suele dar tiempo porque siempre hay alguien que se da prisa en romperlo. Es lo habitual.
Lo que a algunas personas puede parecerles el horror, a mí me parece el nirvana. En el día a día, necesito buscar mis pausas silenciosas precisamente para estar en sintonía con lo que pienso y lo que siento. No tengo miedo de lo que pueda «escuchar»; al contrario: quiero oírlo. Haciéndole el caso suficiente, la intuición puede contar cosas de lo más interesantes. Para ello, es imprescindible prestarle la mayor atención posible ya que, si no, probablemente ni se moleste en hablar. Y bien que hace, la verdad.
Y a ti, ¿te incomoda el silencio?