Mentalidad, Reflexiones

Deja que llueva (llorar es tan natural como la lluvia)

Estuvo toda la noche y toda la mañana lloviendo. Tronando continuamente, ayer el cielo se descargó a gusto. El poder de expresión de la naturaleza es fascinante y la lluvia me parece una de sus manifestaciones más maravillosas. En los mejores recuerdos de mi infancia siempre está presente, será por eso que asocio la lluvia con felicidad. Sí, es incómoda, moja y si cae con ganas te puede dejar hecho un cromo, sobre todo si te pilla desprevenido, pero a pesar de todo hay algo en ella que te transmite una sensación muy poderosa. Es casi como si se pudiera inspirar la energía. Y si va acompañada de truenos, de esos que resuenan dentro del pecho… Puede dar un poco de miedo al principio, pero luego ¡es un subidón!

Hay diferentes tipos de lluvia. Para empezar, está aquella en la que el cielo se va poniendo gris, las nubes se oscurecen volviéndose amenazantes y haciéndote saber que en cualquier momento va a desatarse la tormenta, se huele en el aire, se presiente que va a caer una buena. Se forma de manera progresiva, dándote tiempo para ponerte a cubierto antes de que estalle.

También está el típico aguacero o chaparrón: el cielo pasa a estar encapotado en cuestión de minutos y te cae una tromba de agua (eso si tienes suerte y no es granizo), sin darte tiempo a reaccionar, por lo que te calas de arriba abajo sin poder hacer nada para evitarlo. Y tal como viene, se va. Aparece casi sin avisar, así que generalmente solo te queda aguantar el tipo y esperar a que pase cuanto antes.

Una versión más agresiva son las lluvias torrenciales, cuando cae esa cortina de agua sin medida, dejando numerosos destrozos a su paso. Una vez pasan, hay que valorar los daños y a veces toca reconstruir todo desde cero, mejorando los cimientos para que, en caso de repetirse la situación, estés mejor preparado y al menos las consecuencias no sean tan devastadoras.

Un tipo de lluvia que puede resultar un tanto desesperante es aquella que parece no parar nunca, no cae con mucha fuerza pero es continua, llueve sobre mojado y te hace preguntarte de dónde puede salir tanta agua. A veces te quedas en casa esperando a que escampe, pasan las horas, incluso los días, pero nada. Finalmente decides salir, resignado, a pesar de que no tener nada con lo que resguardarte… Y una vez fuera te das cuenta de que solo es agua y que no vale la pena paralizar tu vida por ella. Hasta puede que le cojas el punto y aprendas a bailar bajo la lluvia. Y, de repente, deja de llover, vuelve a salir el sol y te preguntas si no habrás sido tú quien has parado la lluvia al decidirte a enfrentarla…

Por último, están esas gotas que caen de un cielo despejado, en el que no hay ni una sola nube, que miras hacia arriba y piensas ¿pero qué c…? Aunque hayan aparecido por generación espontánea, no les das más importancia, disfrutas de ellas y de su acción refrescante, que ahora con estos calores se agradece.

Por supuesto que hay más tipos, pero con estos es suficiente para establecer una analogía con el llanto. Al igual que la lluvia, la acción de llorar puede ir desde una simple lágrima hasta acabar tirado por el suelo revolcándote en el fango. Al final, el resultado es similar: limpian y purifican, cielo y tierra una, cuerpo y alma la otra. Pueden llevarse todo por delante, pero en ocasiones es necesario arrastrar todo lo malo y empezar a construir de nuevo, de un modo diferente.

Muchas veces se asocia llorar con debilidad con lo que, por supuesto, discrepo totalmente. El verdadero signo de debilidad es no hacerlo por el qué dirán, porque “las personas fuertes no lloran”, cuando en tu interior sientes que es lo que necesitas hacer. Sí, claro que hay personas que no pueden/quieren/necesitan llorar. Está bien, cada uno es un mundo, vivimos y sentimos de diferente manera pero, tal como pasa con la lluvia, el llanto es algo natural que pasa cuando tiene que pasar y no hay por qué empeñarse en ponerle barreras.

Yo antes era prácticamente incapaz de hacerlo, por razones que ahora mismo no vienen a cuento, y ahora es algo que se ha vuelto imprescindible para mí. Ya no me avergüenzo de ello, es la manera en la que mi cuerpo expresa mis emociones y he aprendido a aceptarlo, es más, me gusta que sea así. Diría que hasta lo disfruto. Cada lágrima me hace sentir más viva y, por si fuera poco, me sirve de reactivo para transformar esos sentimientos en energía útil. Mi fuerza procede de esas emociones, de todas ellas, así que si me ves llorar no te preocupes: después de la tempestad llega la calma. Simplemente deja que llueva.

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