Reflexiones

Lesiones, decisiones y muchas emociones (2011)

A finales del 2010 los problemas económicos ya asomaban por el horizonte. Para poder hacer el viaje a Nueva York tuve que tomar la decisión de posponer mi último examen de la carrera. No tuve que pensármelo mucho, la verdad. Ese viaje era una gran oportunidad (y una gran necesidad) para mí, así que a la tercera tenía que ir la vencida sí o sí, porque ya no iba a haber ninguna más.

Aquel año había vivido de mi beca de estudios, de mis ahorros y de una pequeña ayuda de vivienda que me había concedido la Real Federación Española de Atletismo. Ya para la temporada 2010-2011, ni beca de estudios ni ayuda alguna. Estaba sola con mis ahorros y me tocaba administrarlos para que duraran lo máximo posible.

Otra cosa más que me dejó el 2010 fue una molestia creciente en el tendón de Aquiles. Ese año ya había tenido que hacer uso de alguna infiltración para poder competir. El descanso, las grandes caminatas de turista y el subidón del viaje me ayudaron a empezar la pretemporada con buen pie, pero el tendón no tardó mucho en volver a resentirse.

Comienzo de año borroso

A decir verdad, no tengo ningún recuerdo nítido del comienzo de 2011. Sé que no pude competir en el Campeonato de España de pista cubierta*, pero aparte de eso no puedo decir mucho más. Lo que sí sé es que estaba desmotivada por mi presente y bastante preocupada por mi futuro.

*Editado: revisando los resultados, resulta que competí en triple salto. De hecho, al Campeonato de España de aire libre también fui inscrita en triple, ya que la única marca mínima que tenía era la conseguida en el Campeonato de pista cubierta.

Aprobé la asignatura que tenía pendiente y en abril ya era oficialmente Licenciada en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte. Muy bien, objetivo cumplido. ¿Y entonces? Pues tocaba el siguiente paso lógico: buscar trabajo.

Ya sé que no necesitaba esperar a terminar la carrera para ponerme a ello, y menos a falta de una asignatura. Ponerme a trabajar de lo mío sin tener el título era algo impensable para mí, porque sentía que era casi equivalente a hacer algo ilegal (lo sé, LO SÉ…)

Ahora que ya tenía el título en la mano, me tuve que enfrentar a otro problema más grave por su naturaleza: sentía que era un fraude y que no sabía nada (el clásico ‘Síndrome del impostor’). Que sí, que había estudiado y había hecho prácticas. Había pasado por todo el proceso y, por si fuera poco, además era atleta.

Pero claro, no tenía experiencia laboral real, así que «nadie me va contratar», «soy demasiado tímida y callada», «seguro que lesiono a alguien» y «¿quién soy yo para entrenar a nadie?» ¿Insegura yo? No sé por qué alguien podría pensar eso…

Baño de realidad

Decidí probar suerte en la hostelería. Mi única experiencia laboral había sido como camarera, y sabía que la atención al público en ese ámbito se me daba bien. Gracias a las cualidades que se me suponían por el hecho de ser atleta (capacidad de sacrificio incluida), conseguí un trabajo como camarera en un bar-cafetería.

Trabajaba unos cinco días a la semana, algunos en turno de mañana y otros en turno de tarde. Muchas veces este último se extendía hasta pasadas las 3 de la mañana, lo que hacía que llegase sobre las 5 a casa, con todo lo que eso conllevaba.

Sin entrar en más detalles, la experiencia se puede resumir en una palabra: explotación. Fue todo un baño de realidad, pero claro, tenía que estar agradecida porque al menos había podido conseguir un trabajo que me permitiese extender mi estancia en Madrid unos meses más.

Como siempre intento quedarme con el aprendizaje de todo lo que me pasa, esta vez no iba a ser menos. Por un lado, me di cuenta de que realmente se me daba bien la atención al público, incluso en circunstancias en las que estaba bajo mucha presión. Para mí la humanidad estaba por encima de todo.

Por otro lado, aprendí que muchas personas estaban dispuestas a llevarse a quien fuese por delante por ganar/ahorrarse unos tristes euros. Tenía que prestar mucha mejor atención a las intenciones que se escondían detrás de las acciones y las palabras de los demás. En situaciones de necesidad el juicio se nubla con mucha facilidad. Apuntado.

Mi cuerpo tenía sus propios planes

Tan solo una semana después de haber empezado a trabajar en el bar, el tendón ya no me permitía ni siquiera caminar bien. La combinación de muchas horas de pie y pocas horas de sueño no le hizo ningún favor a mi salud. En esta entrada de hace unos años cuento algunos detalles más acerca de lo que pasaba en aquella época.

Seguía yendo a entrenar cuando mis horarios y mis fuerzas me lo permitían. Logré mantener hasta el final la ilusión de poder salvar la temporada. Ni siquiera recuerdo qué competiciones fui capaz de hacer ese año pero, de algún modo, conseguí ir al Campeonato de España al aire libre. Por el camino ya me habían infiltrado un par de veces para que bajase la inflamación, sin mucho éxito.

Mi último cartucho para intentar competir fue anestesiarme el tendón antes de empezar a calentar, para ver si así podía salir a la pista. Llegué a salir, pero solo para fallar en el intento de ponerme las zapatillas de clavos y tener que irme de nuevo entre lágrimas de dolor y de frustración. Fui a la grada a desahogarme en los brazos de mi madre, que había venido hasta Málaga para verme porque la cosa ya pintaba bastante mal.

Después de aquello no sabía qué hacer. Quería seguir luchando, pero quedarme en Madrid en esas circunstancias era inviable económicamente. Ya no me quedaba nada ahorrado y, tal como tenía el tendón, estaba claro que sin tratamiento mis opciones de seguir entrenando eran nulas. La única opción que veía posible era volver a casa de mi madre(*), que para mí equivalía al fracaso más absoluto. Pasar por tanto para acabar así…

(*) Y afortunadamente existía esa opción. Sabía y sé que no todo el mundo la tiene.

Una oportunidad y una decisión

En ese momento de incertidumbre, mientras estaba en Las Palmas, recibí la oferta de irme becada a entrenar a Soria. Allí podían proporcionarme justo lo que necesitaba en ese momento: alojamiento, instalaciones para entrenar y servicios médicos. Estaba muy agradecida por que viniesen a rescatarme después de aquella temporada en blanco, así que acepté la oferta.

Volví a Madrid para arreglar todas las cuestiones logísticas y para empaquetar mis cosas. Compartí cafés, cenas y fiestas de despedida. Muchas lágrimas también, si no no sería yo. El 17 de septiembre llené hasta arriba el coche de un buen amigo, que me hizo el grandísimo favor de llevarme hasta Soria, y dejé atrás la ciudad que había sido mi casa durante 6 años.

En Soria me recibieron con los brazos abiertos. Ya conocía a varias de las personas con las que me reencontré allí, y eso me hizo la transición mucho más fácil. Me ayudaron a sentirme integrada desde el primer día; eran todos (y siguen siendo) como una gran familia.

Uno de los mejores recuerdos de ese año fue la subida hasta el Monte Perdido por el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, en el Pirineo Aragonés. Fuimos todo el grupo de entrenamiento en una excursión de dos días, coincidiendo con el fin de semana de mi cumpleaños.

Fue una experiencia muy bonita (e intensa por momentos), que me ayudó a conocerles a todos un poco mejor. También me hizo estar más segura de la decisión que había tomado, y aumentó mi confianza en que todo iba a salir bien. Quería aprovechar la oportunidad que me habían dado: todavía no estaba todo perdido.

(Continuará…)

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