Hace unos cuantos meses escribí una entrada explicando a grandes rasgos en qué consiste el minimalismo. Desde entonces no he vuelto a hablar del tema, pero ahora decido retomarlo porque voy viendo más claro el enfoque que quiero darle.
Por un lado está bien ponerle nombre a las cosas porque resulta más fácil tanto identificarlas como identificarse con ellas. El minimalismo está bien como concepto pero, como suele pasar cuando se le pone nombre a algo, suele llevar adheridas ciertas etiquetas. Por poner ejemplos, muchos dicen que para ser minimalista tienes que tener un número limitado de posesiones, otros afirman que el espacio en el que vivas debe ser muy reducido; algunos aseguran que si te permites lujos no tienes derecho a denominarte así. Lo cierto es que cada persona es libre de decidir la forma en la que quiere adaptar la idea de minimalismo a su vida, y el hecho de que no coincida con la de otra persona no la hace menos válida.
Al final el único punto en el que parecen ponerse de acuerdo todos los que persiguen esta corriente, por llamarla de algún modo, es que el objetivo es tener una vida más simple. Esta idea es la que define a la perfección cómo llevo sintiéndome más tiempo del que he sido consciente: quiero tener una vida más simple, más básica, sin que esto sea sinónimo de más pobre en aspecto alguno, todo lo contrario.
Cuando uno piensa en reducir o en simplificar, automáticamente piensa librarse de objetos. Aunque esa parte del proceso es de gran importancia, hay varios frentes más a tener en cuenta. Seguro que a muchos les suenan las siguientes frases: “tengo muchas cosas que hacer”, “tengo muchas cosas en la cabeza”, “quiero hacer (lo que sea) pero no encuentro el momento”, “no tengo nada que ponerme”, “no sé qué comer hoy”. Pensar eso en algún momento es lo normal, ¿no? Lo cierto es que no tiene por qué.
Tener muchas opciones suele verse como algo deseable, pero no siempre es así. A veces reducir el número de alternativas disponibles decantándonos únicamente por la/s que mejor nos funciona/n puede facilitarnos mucho la existencia. Cuanto menos tiempo dediquemos a tomar decisiones, cuanto más cerrado dejemos el abanico de opciones, pasaremos de pensar en hacer cosas a tener más tiempo para realmente hacerlas.
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