Por fin. No es que piense que las cosas vayan a ser diferentes por cambiar un dígito, pero a veces hay que agarrarse a lo que se pueda. Si sirve de ayuda, bienvenido sea.
El mes de Octubre empezó con mi 31º cumpleaños, cosa que siempre está bien, cumplir años es señal de que estás vivo y hasta donde yo sé eso es bueno, ¿no? También he seguido entrenando y estoy yendo a clases de alemán. Empezó muy bien, sí, pero después todo han sido altibajos. Soy una persona que integra muy mal los sentimientos en su vida. Si pongo el corazón en lo que hago por convicción y me centro en ello, va todo a las mil maravillas, pero si dejo que se me escape y se vaya a buscar emociones fuertes, todo el sistema se tambalea.
He llorado mucho, muchísimo durante este mes. Después de casi un año y medio soltando alguna lágrima solo en momentos puntuales y muy espaciados en el tiempo, ha sido duro caer así. No por el hecho de llorar en sí, sino por la sensación de que se te escapan las riendas. Sé que para muchos es algo bochornoso. “¡Contrólate, chica!” Ya, pero hay veces en las que no quiero/puedo controlar, porque al final también es agotador. Como decía en la entrada De ilusiones sí se vive, lo suyo es vivir poniendo toda el alma en ello, y si las cosas salen mal pasas el duelo, te recompones y sigues hacia delante.
El problema es que muchas veces no sabes cuándo decir “hasta aquí”. Lo ideal es estar bien atento a las señales, a la intuición que has ido desarrollando a lo largo de tu vida a modo de sentido arácnido, para saber cuándo ha llegado el momento de poner fin a determinada situación. Pero el corazón puede mucho sobre la razón y todas las teorías que tienes más que interiorizadas se te van por el sumidero. Y da mucha rabia e impotencia cuando sabes perfectamente qué es lo que debes hacer pero no eres capaz de llevarlo a cabo. Porque hasta que finalmente la razón gana la guerra, el corazón ha vencido en mil batallas que te han dejado exhausto, destruido.
Una opción sería tratar de meter las emociones en un baúl bajo siete llaves y seguir viviendo como la chica impasible que una vez fui. Pero no es lo que quiero, no tengo ningún interés en volver a ser esa persona. Lo que realmente quiero es aprender a integrar las emociones y los sentimientos en mi vida sin que me desborden, me nublen el pensamiento o me paralicen. Y para conseguirlo no me queda otra que seguir avanzando, tropezándome si es lo que me toca y volviéndome a levantar. Con el tiempo espero ir aprendiendo a esquivar las piedras y las trampas ocultas, a ver el camino más despejado. Y, quién sabe, puede que algún día hasta consiga convertirlo en un agradable paseo.
Lo dicho: Bienvenido, Noviembre. Ayúdame a levantarme y caminemos juntos.
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