He perdido la cuenta de las veces que he dicho que escribir me sirve para procesar (mejor) aquello que pienso y aquello que me pasa. Esto en realidad tiene un nombre: escritura terapéutica.
Personalmente, si no hubiese hecho uso de este recurso prácticamente desde que aprendí a escribir, no sé qué habría sido de mí.
Predicando con el ejemplo
Sin ir más lejos, y sin dar demasiados detalles, anoche estaba súper inquieta, dándole vueltas a un asunto que me tiene trastocada desde hace unos meses. Sobre las 4 de la mañana (porque estas cosas siempre pasan de madrugada), de repente me di cuenta de qué es realmente lo que me está pasando.
Por un momento me sentí tan sobrepasada que la llorera fue instantánea. Solo duró un par de minutos, lo suficiente para soltar y que mi corazón se recuperara del shock.
Cogí un papel y un bolígrafo que tenía a mano para «emergencias» como estas y, a oscuras, escribí un par de frases clave para seguir desarrollando esta mañana.
Después de desayunar, cogí mi diario/agenda y volqué en él todo lo que necesitaba volcar en ese momento… que al final no era más que la continuación de lo que he ido escribiendo estas semanas atrás. Por suerte, el papel siempre está esperándome cuando me hace falta.
Utilidades de la escritura terapéutica
Escribir sirve para un montón de fines distintos: para liberar la mente, hacer listas, registrar emociones, para evitar decirle algo a una persona con la que tienes un conflicto… Para lo que quieras y necesites.
Existen algunos métodos extendidos como, por ejemplo, las páginas matutinas o matinales, acuñadas por la escritora Julia Cameron en su libro «El Camino del Artista». Para quienes quieran un método con unos parámetros más concretos, puede ser interesante.
Las utilidades que presento a continuación son las que me resultan más beneficiosas a mí, en lo que a la parte terapéutica de la escritura se refiere. Llevo haciendo uso de ellas desde donde alcanza mi memoria, así que su eficacia está más que comprobada a nivel personal.
Procesar pensamientos y/o emociones
A veces los pensamientos y las emociones se nos hacen un nudo y, cuanto más material vamos añadiendo, más se va enmarañando la cosa. Por eso, al sacarlos de nuestra mente y ponerlos por escrito, es como si estuviésemos tirando del hilo y deshaciendo esos nudos que se habían creado.
Esto no significa que esos pensamientos los vayamos a expresar de manera lógica u ordenada. De hecho, es muy probable que lo que escribamos ni siquiera tenga sentido de entrada. Lo más importante es sacar «como sea» todo eso que acumulamos en nuestro interior, de la manera más pura y «cruda» posible.
Cuando lo hayamos sacado todo fuera, pueden pasar dos cosas. Una de ellas es que, una vez lo hayamos plasmado todo sobre el papel, podamos tomar las distintas piezas y ordenarlas para darles coherencia.
Por otro lado, también puede ocurrir que el simple hecho de sacarlo al exterior sea suficiente, y que lo escrito se quede ahí, sin que sintamos la necesidad de volver a leerlo en ese momento, o nunca. Depende, como siempre.
Conversaciones (o monólogos) con otras personas
Sinceramente, este es el uso que más veces me ha salvado de cometer cagadas serias en mi vida (situación actual incluida). Ha habido muchas veces en las que me moría de ganas de decirle algo a alguien pero, por el motivo que fuese, no podía o no era conveniente hacerlo.
Es cierto que la mayoría de veces no eran cosas especialmente agradables, porque utilizo este recurso para quedarme «a gusto», pero también ha habido alguna que otra confesión inconfesable.
Si me lees desde hace tiempo, te puedes llegar a imaginar la intensidad del contenido de estos monólogos que nunca ven la luz, más allá de la luz de mi lámpara.
Está claro que al no expresarle algo a alguien esa persona no tiene opción a réplica. Esto puede ser por su bien, o por el bien de ambas partes; a veces la comunicación es más perjudicial que beneficiosa. Saber callar a tiempo también es una virtud.
En otras ocasiones es doloroso, pero necesario. No siempre contamos con el privilegio de expresar abiertamente lo que sentimos, por las consecuencias que puede acarrear. Aún así, mejor contárselo al papel que dejar que se nos quede enquistado.
Reescribir la realidad
En una nota más light, también podemos escribir para darle rienda suelta a la imaginación. Total, el papel es nuestro y tenemos la libertad de elegir las palabras con las que lo llenamos.
Podemos usarlo para hacer listas de objetivos, de deseos o de sueños que parezcan imposibles. Convertir los pensamientos en palabras sobre un soporte físico tiene un punto «mágico» inexplicable que está infravalorado.
Al escribir también es posible crear cualquier realidad paralela que se nos ocurra. Podemos cambiar el pasado o describir cómo queremos que sea el futuro. ¡El papel lo aguanta todo! Si no, no existirían las novelas o la ciencia ficción (que vale, ya no se suelen escribir en papel, pero se entiende la idea).
La escritura convierte lo efímero en duradero
Hay cosas que si no las registramos de algún modo, se pierden o se olvidan. Ideas, recuerdos, anécdotas o sentimientos… Nuestros cerebros tienen que gestionar mucha información a lo largo del día, así que aligerarles la carga nunca va a ser mala idea.
Si lo que queremos es precisamente que esos registros caigan en el olvido de una manera más simbólica, podemos escribir primero y destruir después. Como ya lo hemos sacado, es menos probable que vuelva a atormentarnos y, si lo hace, habrá perdido parte de su fuerza inicial.
La escritura terapéutica es un recurso que requiere una infraestructura mínima (papel y algo para escribir) pero, cuando le das una oportunidad, te das cuenta de las posibilidades y del poder que esconde algo tan simple. Por probar…