Nunca es tarde hasta que es tarde. Para un porcentaje importante de la población mundial la esperanza de vida no hace más que ir en aumento, por lo que es probable que tarde bastante tiempo en ser tarde. Aún así parece que es algo que nos está costando asimilar. Quizá sería conveniente ponernos las pilas al respecto…
(Inserte aquí todos los ‘disclaimers’ y ‘peroesques’ que considere relevantes. Gracias.)
Si lo prefieres, también tienes la entrada en formato audio
La presión por definir nuestra identidad
Desde que nacemos aprendemos a través de la observación y de la exploración. Venimos con un software básico de serie; el resto lo vamos configurando a medida que interactuamos con el mundo. Por eso es tan importante probar y experimentar durante los años formativos. Estamos descubriendo quiénes somos, tal cual.
Con los años se supone que vamos teniendo las cosas más claras. Definimos lo que nos gusta y lo que no, cuáles son nuestros intereses, qué queremos hacer con nuestra vida. Puede que incluso sepamos quién queremos que nos acompañe en el camino. Hasta ahí bien.
El problema viene cuando nos plantamos y dejamos de experimentar, porque consideramos que ya no queda nada por descubrir.
Vivimos con la idea (y con la presión) de que debemos forjar una identidad sólida a lo largo de esos primeros años. Así, una vez forjada, tendremos un ancla a la que aferrarnos durante mucho tiempo. Preferiblemente, durante el resto de nuestras vidas.
La cuestión es que el resto de nuestras vidas puede alargarse durante muchas décadas, que obviamente sería lo deseable. De ser ese el caso, ¿no son demasiados años como para mantener una identidad inamovible?
No sé, se me hace difícil imaginar que una persona siga teniendo las mismas inquietudes durante 50, 60 o 70 años. Llámame escéptica, pero algo no cuadra.
¿Hay vida después de los 30?
Lo cierto es que seguimos teniendo grabada esa idea de que la vida va en ascenso durante las primeras décadas, que es cuando tenemos que ir a contrarreloj para lograr que todo esté «en su sitio». Así estaremos preparados para cuando empiece la decadencia.
¿Cuándo empieza LA DECADENCIA? (Así, en mayúsculas, que impacta más.) Pues parece que hay consenso en que alrededor de los 30 años es cuando llega el cambio de rasante. Bueno, al menos en el caso de las mujeres suele ser así. Ejem.
Tal vez estés pensando que «eso era antes, ahora ya no es así, hemos evolucionado». Eso queda muy bien en la teoría y como ideal pero, al menos en el mundo en que yo vivo (que creo que es el mismo que el tuyo) esta idea sigue estando a la orden del día. Pero claro, queda «feo» decirlo abiertamente.
Que sí, que la biología, la fisiología y blablabla. Que el cuerpo ya no responde igual que antes y que cada vez cuesta más luchar contra la gravedad. Y, por supuesto, cuanta más seguridad y estabilidad tengas en tu vida a esas alturas, mejor.
En un mundo, este mundo, en el que actualmente estamos saliendo (con suerte) de una pandemia que ha sacudido muchos cimientos, físicos y metafóricos, creo que podemos afirmar que la seguridad es un concepto un tanto volátil.
Por supuesto, las personas que hemos pasado esa barrera, la de los 30, sabemos que la vida sigue su curso. Las cosas cambian constantemente, algunas a mejor y otras hacia estados más cuestionables… pero es que eso es lo que tiene la vida, ni más, ni menos. (Si alguien pretende plantarse en la veintena, que me cuente cómo le va. Ah, ¡y suerte!)
Y algo me dice que esta dinámica se mantiene bastante similar en las décadas o barreras venideras. Y ese algo también me dice que, con la mentalidad adecuada, en realidad nunca llegas a verte «mayor». Eso me lleva al siguiente punto.
¿Qué es «estar mayor»?
Justamente estoy tratando de desterrar la frase «estar mayor», o cualquiera de sus variantes. Cuando la he utilizado (o cuando se me escapa) siempre ha sido en tono jocoso o para quitarle hierro a cualquiera que fuese el asunto en cuestión.
El lenguaje que empleamos importa, mucho más de lo que podamos llegar a imaginar. Sé lo agotador que es tener que andar con pies de plomo constantemente con lo que se dice. También soy consciente de mi propia hipocresía, pero de eso se trata: de reflexionar y, con suerte, de aprender algo en el proceso.
¿Por qué quiero dejar de usarla? Porque esa simple frase es un arma de doble filo: corta la mires por donde la mires. Es cierto que no siempre se usa con la intención de insultar o de hacer daño («¡es que ya estás mayor!»). De hecho, con frecuencia la utilizamos con personas con las que tenemos cierta confianza. Aún así, considero que hace más mal que bien y por eso prefiero dejarla atrás.
Por un lado, nos encontramos con la utilización de la edad o de «tener más años» como algo peyorativo. Que a ver, tiene su lógica porque el ciclo de la vida es el que es y sabemos cómo acaba. Pero, a pesar de que la mortalidad sea inherente a todo ser vivo, parece que la ilusión de poder esquivarla también lo es.
Por otro lado, la edad puede ser empleada como carta blanca para justificar ciertas actitudes. En este caso concreto, dichas actitudes gravitan en torno a la pasividad o el derrotismo: «es que soy/estoy demasiado mayor para hacer eso».
Que sí, que a todo el mundo le llega su hora tarde o temprano, pero entre encontrar el elixir de la eterna juventud y sentarte a esperar a que venga la parca a recogerte hay un mar de opciones.
Nunca es tarde para cambiar
La vida no tiene por qué empezar a decaer en un momento determinado, ni a una edad determinada. Según va pasando el tiempo, te vas adaptando. Lo que realmente cuenta es lo que hagas durante el tiempo en el que sí estás aquí, de cuerpo, mente y alma presentes.
Aunque ya lo sepamos, ya sea porque lo hemos visto en otras personas o porque lo estamos viviendo en nuestras carnes, conviene recordarlo. Que aunque ya no puedas (o quieras) hacer lo de antes, sí que puedes hacer lo de ahora. Que nunca es tarde para cambiar, de gustos y de intereses, de opiniones y de prioridades.
Sé que hay gente a la que no le gusta esta manera de ver las cosas. Asocian la posibilidad de que alguien cambie a desconfianza, a traición, a inestabilidad. Lo que es, es, y debe de seguir siendo por los siglos de los siglos. «¿Quieres cambiar? Aaah, se siente, haberlo sabido antes.» Bueno, perdóneme usted por no haber vivido y aprendido de ello «antes».
Así hay tantas personas aferradas a relaciones que ya no funcionan, a entornos que les apagan cada día un poco más la alegría de vivir y a rutinas que les drenan la energía en tiempo record. (Me hallo culpable)
Mientras haya vida, la vida sigue. Es obvio, pero a veces justamente lo obvio es lo que pasamos por alto con más facilidad. Si pensamos que ya no hay nada que hacer por haber alcanzado cierta edad, pues menudo panorama…
La actitud es la base
Hace un tiempo una compañera me contó una anécdota que me marcó: un familiar suyo, que en aquel momento tenía 95 años, quería aprender inglés. Le compraron un libro de inglés para niños, de estos con muchas imágenes, y me imagino que le haría una ilusión tremenda al hombre.
¿Qué necesidad hay de aprender inglés a los 95 años? Necesidad ninguna, pero si tienes ganas y la capacidad cognitiva te acompaña, ¿por qué no? Nunca es tarde. No todo en la vida tiene que ser por necesidad o por obligación: también podemos hacer cosas simplemente por gusto, porque nos apetece.
Mi objetivo no es convencer a nadie de nada. Siempre digo que cada persona es libre de ver y de entender el mundo como mejor o peor le parezca. La mentalidad es algo personal, por lo que somos la única persona que puede cambiar la nuestra.
Siguiendo el hilo de la entrada que escribí hace poco acerca de las creencias limitantes: todo aquello que creemos que somos o que no somos, importa. Importa muchísimo.
Nuestras circunstancias serán las que sean, y puede que nos pongan ciertos límites, pero la actitud con la que las afrontamos es la base. Es fácil pensar que ya no queda tiempo, que se nos ha pasado el arroz, que ya no podemos cambiar, cuando lo cierto es que, mientras sigamos aquí, nunca es tarde.