Mentalidad

Que tu identidad del pasado no boicotee a tu «yo» actual

El otro día volví a correr después de meses sin intentarlo. Me pesaban las piernas como si fueran de plomo, y casi se me salen los pulmones por la boca. Aún así, por puro orgullo derivado de mi identidad de atleta del pasado, me obligué a llegar a los 10 minutos.

Siendo honesta, verme así no fue una imagen agradable. Mi diálogo interno era bastante triste. Ahora bien, si me libero de la carga de lo que fui y tengo en cuenta todo lo que ha pasado entre medias, ¡fue todo un momentazo para mí! Esa es la altura real de mi listón actual.

Cuando tratas de vivir a la altura de las expectativas que tenías en el pasado, sin tener en cuenta que tus circunstancias del presente seguramente sean distintas a las de entonces, malo. Malo porque es como echarte un saco de piedras a la espalda y pretender avanzar tan normal. Si dejas las piedras atrás, mejor.

Poner al día las expectativas

Ya hablé un poco de esto en la entrada «Tu mejor versión y la lucha por mantener el estatus». Esa presión que flota en el aire por ser siempre mejor puede acabar por desesperarte. Eso no significa que no valga la pena esforzarse, o que tengas que quedarte como estás durante el resto de tus días. Pero tienes que ver y entender cuál es tu contexto actual, y ajustar las expectativas en consecuencia.

Aquí va el pensamiento impopular del día: a tu “yo” de ahora le da exactamente igual lo que hicieras en el pasado. En la teoría (es decir, en tu cabeza) puede que influya, pero a nivel práctico le da lo mismo. Le da igual lo que te pasara, lo que consiguieras, con quién estuvieras. En el mundo actual, en la dimensión espacio/tiempo de hoy, influencia nula.

Hay dos maneras de reaccionar ante esto. Una es tomárselo por el lado trágico: «sí, pero es que yo viví/hice/estuve…», «¿Pretendes que olvide mi pasado?», «¿Cómo puedes tener la desfachatez de invalidar todo lo que he vivido?» (Y no, no tengo ningún interés en que olvides nada, la verdad).

O, por el contrario, puedes tomártelo por el lado práctico. Que es… eso, el más práctico. Los recuerdos existen en la memoria, esté esta documentada o no, y serán tuyos hasta que te duren (esperemos que para siempre). Pueden servirte como fuente de información o de inspiración, pero ya no forman parte activa de tu realidad.

Para tratar de ilustrarlo voy a utilizar el ejemplo personal que citaba al principio: correr.

Caso personal: mi identidad de atleta se esfumó

Como seguramente sabrás si me estás leyendo, fui atleta «de atletismo» durante muchos años. Desde los 15 hasta los 32 años para ser exacta, parón de un año incluido. Hace cuatro años, después de mi ultimísima competición extraoficial (una jornada de liga de clubes), se me originó un problema de salud. Desde entonces no he vuelto a correr de manera regular, porque cada vez que lo he intentado mi cuerpo me ha dicho «va a ser que no».

La carrera continua nunca ha sido mi fuerte, vamos a empezar por ahí. Siempre fui velocista/saltadora, así que más allá del trote cochinero del calentamiento, cero fondo. Lo máximo que he corrido en mi vida (en tiempo) es media hora, UNA VEZ. Fue un verano durante el mes de descanso pero, como me quedaba poco tiempo para volver a Madrid y empezar la pretemporada, decidí evitarme ese sufrimiento gratuito.

Nota: siempre me ha hecho mucha gracia la típica pregunta de «¿eres/fuiste atleta? ¿A cuánto haces el kilómetro?» Pues mira, ni lo sé, ni me importa. «¿Cuánto haces tú en salto a pies juntos? ¿Y en un 80?» Nunca he contestado eso, pero espero que vea el sinsentido de la asociación automática de atletismo = correr muchos kilómetros. (Se tenía que decir y se dijo). Fin de la nota.

A lo que iba. En mi caso, el listón como deportista lo dejé en un lugar inalcanzable. Nunca voy a recuperar mi identidad de atleta de Alto Rendimiento, con todo lo bueno y lo menos bueno que conllevaba serlo. Ni siquiera me refiero a marcas o premios, sino a lo que mi cuerpo y mi mente eran capaces de hacer diariamente. Afortunadamente, los listones están pensados para ser regulados.

Antes era antes, y ahora es ahora

Lo cierto es que la mentalidad de atleta se te queda tan grabada que, aun en el caso de que quisieras librarte de ella, es raro que puedas. Además, es muy útil para la vida en general, así que ese es uno de los regalos que me ha dejado el atletismo para siempre. El cuerpo… el cuerpo es otra historia.

Por mucho que hayas entrenado tiempo atrás, es imposible vivir de las rentas. Sí, el cuerpo tiene memoria, pero como no tengas una máquina del tiempo, la necesidad de renovar de manera constante los esfuerzos que inviertes en él no te la quita nadie. Suele ser agradecido, pero siempre pide algo a cambio.

Mi principal lucha interna es dejar de compararme con lo que podía hacer en el pasado. El paso de los años tampoco ayuda a facilitar las cosas, claro está. ¿Que la cabeza a veces me la juega suciamente? Pues sí, pero ya estoy yo ahí para cortarle el rollo. Por mucho que quisiera (que no quiero, dicho sea de paso), no podría hacer todo lo que hacía entonces. Tengo que centrarme en lo que puedo y quiero hacer ahora, con mi cuerpo de ahora.

Cuando era atleta, el hecho de serlo era una parte muy importante de mi identidad. Eso es así. Todo lo que representaba me hacía sentirme orgullosa de ser quién era. Lo bueno es que, aunque ya no lo sea, sí que es algo que sigue estando en mi historial personal, y puedo coger recortes de ello para cualquier cosa que me plantee hacer en el presente o en el futuro.

A la inversa: cuando algo no es lo tuyo

En el lado opuesto a tu identidad del pasado, que representa lo que fuiste, se encuentra algo que puede ser igual de importante (o más, incluso): todo lo que NO has sido. Este es una especie de cajón de sastre en el que entra todo aquello que optaste por no hacer o no ser porque entraba en conflicto con tu identidad de la época.

Aquí la imaginación es el límite. Pueden ser lugares, actividades, intereses, actitudes, palabras, prendas, colores… hasta personas. Cualquier cosa a la que en algún momento determinado le añadiste (o le añadieron) la coletilla de «eso no te pega», «eso no es lo tuyo», o la siempre desafiante «no puedes».

En este caso la forma de abordarlo sería básicamente la misma. Si hay algo que quieres hacer o probar, ¿qué te lo impide? Si quieres que ese algo forme parte de tu identidad del presente, adelante.

Por suerte, la identidad es un concepto fluido, que puede cambiar con el tiempo y/o con las circunstancias. Hay personas que se quedan ancladas en su forma de ser del pasado, en sus relaciones del pasado, en sus logros del pasado.

Los recuerdos son útiles cuando se guardan en el archivo (sí, un baúl también vale) para poder sacarlos cuando proceda. Si se quedan okupando un espacio que necesita tu mente para funcionar de manera óptima hoy, entonces seguramente te estén creando un problema.

¿Y qué pasa con el «qué dirán»?

Ni siquiera he querido meterme en cómo afecta la presión añadida por el «qué dirán» los demás. Si no lo he hecho ha sido porque, sinceramente, no se puede estar en todas las batallas a la vez.

Personalmente, no me da la energía para preocuparme por todas y cada uno de los factores que pueden afectar a mi comportamiento. Cosas de la edad, supongo. ¡Benditos años! Así que mi recomendación es esta: elige tus prioridades, pon el foco en ellas y trata de ignorar el resto lo mejor que puedas.

Si decides experimentar con tu identidad o directamente cambiarla, lo último que necesitas es presión externa extra. Al fin y al cabo, todo el mundo tiene derecho a tener sus propias opiniones, acerca de ti o de lo que sea. Aún así, a la hora de la verdad nadie puede vivir la vida en tus carnes por ti, ni siquiera tu «yo» del pasado.

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