He pecado de motivada y se me está yendo de las manos la situación, ya no sé por dónde me sopla el aire. Bueno, ahora mismo estoy metida en una pequeña tormenta emocional, así que me sopla por todos lados. Llevo unas semanas dando bandazos, pero al menos ya he recuperado la consciencia y puedo centrar mis energías en salir de ella. Me explico.
Llevo desde el 1 de marzo trabajando a jornada completa. La primera semana lo llevé bastante bien, de hecho, ni siquiera me afectó para competir en el Campeonato de España. A partir de la segunda semana ya se empezó a torcer un poco la cosa y, a pesar de que no entrenar esa semana, ya empecé a notar cómo el cansancio se acumulaba. Como soy de aquella manera, no es el cansancio en sí lo que me da rabia, eso ya lo tenía asumido desde el momento en que acepté el nuevo horario y sabía que no iba a poder evitarlo.
Lo que me da coraje es no encontrar suficiente tiempo (sí, es mi «obsesión») para esas cosas que no tengo por qué hacer pero que quiero hacer por mí, para mí. Cuando tengo un rato libre intento dedicar ese tiempo a actividades constructivas, pero la mayor parte de las veces estoy tan cansada que me bloqueo.
En consecuencia, siento que no me estoy esforzando lo suficiente, que no me estoy organizando todo lo bien que debiera y que algo debo estar haciendo mal si no soy capaz de emplear esos valiosos minutos en hacer algo de provecho. No resulta de mucha ayuda esa sensación…
Tengo un trabajo exigente mental y emocionalmente, que requiere tener todos los sentidos puestos en él. Sigo entrenando con el objetivo de ser competitiva; aunque no llegue a las 10 horas de entrenamiento por semana, trato de que sacarle todo el partido posible al tiempo que estoy en la pista (aunque esto cada día se me haga más cuesta arriba).
Por último, las clases de alemán me están estresando más de lo que debieran, ya que queda menos de un mes para acabar el curso y el no poderle dedicarle suficientes horas de estudio lleva unas semanas pasándome factura. La guinda la pone el déficit en horas de descanso, que por el momento es matemáticamente inevitable.
Tengo la manía de querer hacer más de lo que es humanamente posible y esta actitud no me está trayendo más que dolores de cabeza, literalmente. Es cierto que siempre exprimo al máximo mis posibilidades, pero llega un punto en el que me ciego y ya no sé distinguir dónde está el límite. ¿El resultado? Esa horrible sensación de fracaso.
En la entrada que escribí sobre mi rutina dejé claro que hacía lo que estaba en mi mano para organizarme y mantener a raya el estrés, así que sé que en ese sentido lo estoy haciendo bien. Lo malo es que, aun siendo consciente de ello, hay algo en mi interior que no deja de repetirme que podría hacer bastante más.
Al menos ya me di cuenta de que estoy siendo demasiado dura conmigo misma, que me estoy echando piedras sobre mi propio tejado. Tengo que ponerlo todo en perspectiva ya que, lo que a mí me parece poco o insuficiente, realmente es mucho, sobre todo porque lo que hago trato de hacerlo bien. El día tiene las horas que tiene y, por mucho que quiera, no voy a sacarme de la manga ningún minuto extra.
Exigirme se me da bien, lo que me resulta más complicado es enorgullecerme de mis logros, en lugar de darle tanta importancia a lo que no consigo hacer. Siendo objetiva, mi gestión del tiempo es bastante buena ya que le saco un gran partido a las horas de las que dispongo.
Por eso, aunque siga buscando el modo de sacar adelante mis proyectos, debo tener ese punto de vista presente y convertirlo en mi mantra. Dejar constancia por escrito es el primer paso. Probablemente sea más fácil decirlo que hacerlo pero, como me encanta decir siempre que puedo: nadie dijo que fuera fácil.
– P –